sábado, 29 de diciembre de 2012

El general carlista Juan de Dios Polo y Muñoz de Velasco



El general carlista Juan de Dios Polo y Muñoz de Velasco

La milicia al servicio de la Religión y la Patria


Juan de Dios Polo y Muñoz de Velasco fue uno de los más destacados brigadieres carlistas de la Guerra de los Siete Años, en la que luchó formando parte primero del Ejército del Norte y más tarde a las órdenes de su futuro cuñado Ramón Cabrera, en el Ejército Real de Aragón, Valencia y Murcia. Desde el exilio primero, en las conspiraciones para un nuevo alzamiento después, y formando parte de los llamados “generales de la Frontera”, en los preparativos del alzamiento a favor de Carlos VII en el tramo final de su vida, Polo fue un punto de referencia permanente para los veteranos y jóvenes carlistas que soñaban siempre con una nueva oportunidad de echarse al monte.

                                                                    Juan de Dios Polo y Muñoz de Velasco c.1870

La conocida obra de Chamorro y Baquerizo sobre el Estado Mayor del Ejército, editada en 1856, da cuenta de los hechos más destacados en la hoja de servicios del valeroso militar en la primera guerra carlista.
Nació en Córdoba el 22 de enero de 1810 en el seno de una familia noble y acomodada. Habiendo elegido la carrera de las Armas -a ejemplo de su padre, capitán de Milicias Provinciales-, en febrero de 1824  ingresó como cadete y con solo catorce años en el regimiento provincial de Bujalance, y sólo meses después fue ascendido a subteniente y más tarde, el 15 de noviembre, a teniente del arma de Milicias Provinciales. Tras hallarse de guarnición en Valencia, Alicante, Murcia, Málaga y Melilla, pasó a prestar servicio en la guarnición de Cádiz, donde participó en la rendición de los sublevados en la isla de León en 1831 y fue ascendido a capitán de Milicias el 5 de agosto de 1833.
Al estallar el levantamiento carlista y la guerra civil a la muerte de Fernando VII, Polo salió con el regimiento de Bujalance de Cádiz y se trasladó a Mérida y después a Ciudad Rodrigo, donde quedó incorporado al cuerpo del ejército expedicionario de Portugal mandado por el general Rodil. Tras sus operaciones en el país vecino, las tropas de Rodil pasaron de nuevo a España por Badajoz, dirigiéndose después al frente del Norte donde el levantamiento tomaba particular virulencia. 
Movido por sus simpatías por las ideas que animaban a los carlistas, en el mes de diciembre de 1834 y encontrándose Polo en tierras vascongadas, desertó del ejército cristino y se presentó al general Zumalacárregui para ofrecer su espada. El caudillo carlista le reconoció su grado de capitán y le destinó al selecto batallón de Guías de Navarra, con el que entró inmediatamente en combate en las acción de los campos de Mendaza, comandada por el propio Zumalacárregui, y pocos días después en la del Puente de Arquijas, en la que resultó herido y por la cual recibió el ascenso a segundo comandante de Infantería. Fue su primer ascenso en el ejército carlista, que recibiría a través de un despacho firmado por el propio Infante Don Carlos.
Durante todo 1835 las provincias vascongadas vieron la expansión militar de un carlismo que no temía ya combatir de frente a los principales generales del ejército liberal. Polo participó y destacó por su valentía en muchos de los combates que tuvieron lugar en aquél: en el mes de mayo luchó en el puente de Lárraga (8 mayo), la toma de Treviño (12 de mayo), y en el enfrentamiento de los campos de Arroniz (27 de mayo) donde resultó nuevamente herido y donde fue propuesto para el ascenso a primer comandante. A mediados de ese mismo mes de mayo se le había concedido el mando del 11º Batallón de Navarra con el que participó el 16 de julio en la batalla de Mendiogorría, en las que las fuerzas carlistas, mandadas por el general González Moreno resultaron derrotadas a manos de los cristinos del general Fernández de Córdova. En la segunda mitad de ese mismo año participó al frente de su batallón, y a las órdenes del general Casa-Eguía, en las batallas de Los Arcos (2 de septiembre), Salvatierra (28 de octubre) y campos de Estella y Dicastillo (17 y 18 de noviembre), donde los carlistas volvieron a hacer frente a las tropas de Fernández de Córdova. El valor demostrado en todos esos combates le valió a Polo el ascenso al empleo de coronel, firmado en despacho de D. Carlos de fecha 17 de noviembre.
Polo continuó durante todo 1836 participando en todas las acciones guerreras donde su batallón de navarros era requerido, primero a las órdenes del general Iturralde y más tarde a las del general García. Con ellos participó en las acciones de Oteiza y Muniaín (10 de julio) y de Arroniz y Los Arcos (13 y 14 de septiembre).
El día 24 de ese mismo mes de septiembre de 1834 el general en jefe del ejército carlista D. Bruno de Villareal confirió a Polo el mando del segundo batallón provisional con órdenes de incorporarse a la expedición del general Sanz que trataba de inflamar la guerra en el Principado de Asturias. Con él ganó su primera Cruz de san Fernando, por el heroísmo demostrado al frente de sus tres compañías en la defensa del puente de Pañaflor.
Tras regresar en diciembre la expedición a las provincias vascongadas, Polo fue destinado con su batallón al sitio de Bilbao, participando en la batalla del puente de Luchana que tan infausta resultó para las fuerzas carlistas, que tuvieron que levantar el asedio y sufrieron la baja de su legendario jefe, el general Zumalacárregui.
                                                  Juan de Dios Polo en la Primera Guerra carlista
 
En el año 1837 Polo pasó con su batallón a Guipuzcoa, participando en el célebre combate de Oriamendi a las órdenes del Infante D. Sebastián Gabriel (16 de marzo). Su valor le granjeó de nuevo el ascenso al empleo de teniente coronel cuando apenas contaba 27 años de edad.
En abril del 37 se incorporó a la Plana Mayor de la Expedición Real en clase de agregado. El propio Don Carlos figuraba al frente de la expedición, que mantuvo combates en Huesca (24 de mayo), Basbastro (2 de junio) -donde las tropas liberales sufrieron un gran descalabro-, el paso del Cinca (5 de junio) y en la batalla de los campos de Gra y Guisona, donde las fuerzas expedicionarias se vieron superadas por las tropas del barón de Meer.
En el mes de julio, y tras un breve paréntesis en que figuró al mando del segundo batallón provisional formado en Cataluña con los pasados y los heridos que habían quedado en los hospitales, Polo solicitó pasar al Ejército de Aragón que mandaba Cabrera, cuyo distinto sentido de cómo debía conducirse la guerra había tenido oportunidad de constatar cuando la Expedición Real se había acercado a los muros de Madrid. Aceptada la solicitud por D. Carlos, el 3 de agosto de 1838 Polo se presentó al caudillo tortosino, que le puso al mando del sexto batallón de la llamada División de Aragón.
Al frente de los voluntarios aragoneses, Polo participó en los sitios de Gandesa (7 al 13 de agosto), Torrevelilla (20 septiembre a 3 de octubre), Caspe (6 al 8 de noviembre), Lucena (14 al 20 de noviembre) y, ya en 1838, en los de Falcet (11 al 13 de enero), Lucena (17 de marzo al 4 de abril), Calanda (18 al 21 de Abril, Samper (30 de abril), Alcañiz (2 al 5 de mayo) y en la acción de Muniesa (7 de junio). Desde el 8 de agosto de 1837 ostentaba el empleo de coronel.
En el verano de 1838, el formidable Ejército del Centro cristino, mandado por el prestigioso general Marcelino Oráa, se disponía a reconquistar Morella y poner fin al agravio que su toma por los carlistas había supuesto, y que había supuesto a un crecido Cabrera obtener el flamante título de Conde con grandeza de España. El caudillo tortosino, bien al corriente de las intenciones de sus enemigos, se dispuso a resistir, disponiendo todo lo necesario en el interior de la plaza, así como disponiendo un anillo exterior a la misma para hostigar a las fuerzas liberales e impedir sus operaciones, del que Polo y sus aragoneses formaban parte. Tras un mes de infructuoso sitio liberal a la capital de Los Puertos, entre el 28 de julio y el 29 de Agosto, Oráa se tuvo que retirar sin su presa y hacer frente al desprestigio de su fracaso. Polo fue condecorado con su segunda Cruz de San Fernando por la bravura con la que participó en la defensa exterior de la plaza.
Contando con la plena confianza de Cabrera, el 24 de septiembre de ese mismo 1838 le fue conferido a Polo el mando de la segunda brigada de la División de Aragón, compuesta de los batallones 4º, 6º, 7º y 8º, dos escuadrones de Caballería del Primero de Lanceros aragoneses y la compañía de oficiales llamada de la Legitimidad.
Al frente de su brigada Polo participó en la famosa batalla de Maella (1 de octubre de 1838), donde fue derrotada la División Pardiñas, verdadero ramillete del ejército cristino, y en la que encontró la muerte su valeroso general. Posteriormente y en el tiempo que faltaba para acabar el año, tomó parte en los sitios de Caspe de octubre y noviembre, en la entrada carlista en Calatayud (16 al 18 de noviembre) y en la toma de Alcolea del Pinar, que llevó a cabo con sus hombres del sexto batallón y cuarenta caballos. El territorio controlado por Cabrera y su ejército llegaba a ocupar casi un cuarto de la península.
Durante 1839 la tónica de continuos combates se mantuvo, estando Polo presente en la mayor parte de las que tuvieron lugar en el territorio asignado a su brigada. Así participó con unas u otras de las fuerzas a su mando en el sitio de Montalbán (1 de mayo al 12 de junio), acción de Segura (6 de abril y 23 de mayo) y sitio de Lucena (25 de junio al 17 de julio), todo lo cual le valió el ascenso a brigadier. Luciendo ya los entorchados de su nuevo empleo, su incansable actividad continuó con el ataque de Carboneras y Oleido (31 de agosto al 2 de septiembre), acción de Camarillas y Fortanete (29 de octubre), toma de Estercuel (27 de noviembre) y acción de Ejulbe (25 de diciembre), en la que participaron sus batallones junto con el 1º y el 2º de Mora.
La campaña desarrollada por el bravo militar cordobés no había pasado desapercibida al general Cabrera, que revalidó su confianza en su joven lugarteniente -cuatro años más joven que el ya de suyo joven caudillo carlista- dándole el mando de la División de Aragón en sustitución de Llagostera, cuyas últimas actuaciones no habían gustado al tortosino. La División de Aragón se componía a la sazón de diez batallones, once escuadrones, la compañía de la Legitimidad y dos baterías de montaña. Cabrera había logrado en sólo tres años convertir un núcleo errante de guerrilleros en un ejército disciplinado y formado, y Polo -militar de carrera- era en él uno de sus lugartenientes más importantes.
La traición de Maroto y las oscuras maniobras de Espartero que dieron lugar al Convenio de Bergara (31 de agosto), supusieron el final de la guerra en el Norte y pusieron en dificultades al carlismo que en el Este y Centro se veía ahora aislado y acosado por la totalidad de los efectivos cristinos, que contaban con fuerzas muy superiores. A ello se unió la enfermedad desde el mes de diciembre del caudillo Cabrera, que era el alma de su ejército y encarnaba mejor que nadie su voluntad de resistir. Minada su voluntad por la fiebre y abatido por la superioridad de sus enemigos, que una a una iban conquistando todas las plazas carlistas – Segura, Castellote, Aliaga, Alcalá de la Selva y finalmente Morella (30 de mayo) -, a pesar de una resistencia muchas veces más allá de lo humanamente concebible, el Ejército Real de Aragón, Valencia y Murcia se vio en la necesidad de traspasar el Ebro el 1º de junio de 1840 y entrar en tierras de Cataluña, y con él la División de Polo que formaba parte del mismo.
La toma de Berga por las tropas de la reina el 4 de julio supuso el último episodio de una guerra que ya no era posible continuar, y el ejército de Cabrera, nunca dispuesto a declararse derrotado, atravesó la frontera francesa ese mismo mes para adentrase en un exilio preferido a la rendición. Atrás quedaban casi siete años de guerra cruel y fraticida, en los que, en lo que a Polo se refiere, no había conocido tregua para el descanso o la relajación.
                               
El brigadier Juan de Dios Polo, comandante de la División de Aragón del ejército de Cabrera, retratado por el legitimista francés Didier Petit de Meurville a su llegada al exilio francés. Fondo Diputación de Guipuzcoa.


El sur de Francia se llenó de campos de concentración donde los refugiados españoles eran acogidos con todo tipo de penalidades. Polo fue internado en la fortaleza de Lille con su cuñado Cabrera[1], y después pasó a residir como él en el mediodía francés.
En 1840  el brigadier Polo contrajo matrimonio con Juana Calderó Griñó, hermana pequeña del general Cabrera e hija de su madre y de su segundo esposo, Felipe Calderó. Polo pasaba así a formar parte de la familia política del caudillo tortosino, como también lo había hecho José Domingo-Arnau, otros de sus lugartenientes en la guerra como comandante general de la División de Tortosa, que había contraído matrimonio con su hermana Teresa. Ambas, Teresa y Juana, habían acompañado a su hermano a su exilio francés, como también Felipe, el benjamín de la familia y sobre el que Ramón Cabrera ejercía de una suerte de tutor. Cuando Juana contrajo matrimonio con el brigadier Polo tenía sólo 16 años, catorce menos que su esposo.
Durante seis años permaneció Polo en el forzado exilio, hasta que el 3 de noviembre de 1847 pudo regresar a España por Bayona prescindiendo de su condición militar. Acogido a los beneficios del Convenio de 3 de abril de 1848, el 15 de mayo recuperó su empleo de brigadier de Infantería, con el que residió en Madrid en situación de cuartel, es decir, sin destino militar alguno.
El 2 de diciembre de 1852, Polo y su esposa llegaron a Inglaterra para visitar al conde de Morella en su finca de Wentworth y conocer a su hija Teresa, la primogénita del caudillo tortosino, que había nacido un mes antes. Allí permanecieron por espacio de dos semanas, coincidiendo con Felipe Calderó, hermano de Ramón Cabrera y de la esposa de Polo, que había llegado algunas semanas antes.
En 1853 Polo trasladó su residencia a Córdoba, en compañía de su esposa y su cuñado Felipe. Retomada su conexión con su ciudad natal, en la que su familia era conocida y había disfrutado de una cierta posición social, vertió su actividad en negocios agrícolas y comerciales, llegando a ser uno de los accionistas de la recién creada empresa de los Ferrocarriles Andaluces. Junto a su esposa Juana y favorecido por la cordialidad de su carácter, se introdujo rápidamente en la sociedad cordobesa de sus tiempo, figurando en 1854 como socio fundador del casino cordobés, cuyo nombre pasó a ser después Círculo de la Amistad, y asistiendo con regularidad a las Juntas Generales de la mismo, en especial cuando se verificó la fusión del Liceo Artístico y Literario con el Círculo en 1856. [2]
La vida del brigadier Polo en su Córdoba natal transcurrió por cauces ajenos a la política y a su profesión militar hasta más de una década después, en que la situación política española empezaba a precipitarse por el torbellino revolucionario que acabaría con el derrocamiento de Isabel II.
La situación de España entraba en la primavera de 1868 en un período crítico. Con la muerte de Narváez en el mes de abril todo el país se daba cuenta de que los días de Isabel II estaban contados. El joven Don Carlos reunió un Consejo de notables carlistas en Londres que le aclamaron como rey. Los asistentes consideraron que era necesario dar la batalla con los mismos elementos y las mismas armas que empleaban sus enemigos. De este modo, se decidió concurrir a la lucha electoral y que la bandera de Don Carlos se levantara en todo el país.  Igualmente se decidió que el Pretendiente usaría en lo sucesivo el título de duque de Madrid y que se instalaría en París.

A mediados de septiembre de 1868 y estando la reina veraneando en San Sebastián, se produjeron las primeras noticias de la sublevación de la escuadra en la bahía de Cádiz. El día 19 desembarcaron el almirante Topete y el general Prim, a los que poco después se unió el general Serrano y otros generales. Los acontecimientos se precipitaron y tras ser derrotados sus leales en la batalla de Alcolea, la reina pasó la frontera para ponerse a salvo en Francia. La Revolución de la Gloriosa había triunfado al grito de ¡Abajo los Borbones!
También el brigadier Polo, fiel a sus ideales de toda su vida y preocupado por el cariz de los acontecimientos, corrió a París a ofrecer su espada a Don Carlos de Borbón.
Respaldado por la abdicación de su padre que le convertían en depositario de los derechos dinásticos, Don Carlos dio comienzo a una activa etapa de conspiración entrando en contacto con multitud de españoles que, por convicción, por oportunismo o por curiosidad, se le presentaban. Todas las miradas se concentraban en el prestigioso general Cabrera para que llevara al renacido carlismo al triunfo y sentara a Don Carlos en el trono, pero al conde de Morella le preocupaba la impaciencia del inexperto duque de Madrid y la ligereza con que abría su círculo a personas cuyas intenciones no siempre eran claras. Distintas personalidades presionaban sin éxito al viejo general para que asumiera la dirección de las tareas, lo que desesperaba a D. Carlos, que sabía cuánto le necesitaba.
A la vista de las reticencias de Cabrera,  Don Carlos decidió empezar sus trabajos prescindiendo del conde de Morella, al menos de momento. Para ello llamó al veterano general Elío para que fuera a París, y formó una especie de Consejo con muchos de los que habían acudido a ofrecérsele, en el que se incluyó al mariscal de campo Polo.
Pero en el ánimo de todos los carlistas, viejos y nuevos, pesaba la importancia de contar con el conde de Morella tendría para cualquier empresa con posibilidades de éxito. A modo de Meca del carlismo, empezaron las peregrinaciones de distintas personas a Wentworth para conocer de primera mano la posición del conde o ponerse a sus órdenes. También Polo quiso visitar a Cabrera para conocer de primera mano sus puntos de vista. Don Carlos le instó a pasar primero por París en su viaje hacia Londres acompañado de Felipe Calderó, pidiéndoles que trataran de convencerle, para lo que les acompañaron también Carlos Calderón y Gaeta, antiguo ayudante de Cabrera.

En paralelo y estando dispuesto el duque de Madrid a aprovechar la oportunidad que el triunfo de la Revolución podía deparar a sus objetivos, se comenzó la organización del partido en todas las provincias de España, nombrando comandantes generales en el plano militar, ascendiéndose a muchos jefes a brigadieres o mariscales de campo desde sus graduaciones de comandantes o coroneles con que habían finalizado la primera guerra[3]. Polo recibió el fajín de mariscal de campo y fue nombrado comandante general de Toledo, La Mancha y Extremadura[4].

Tras muchas presiones, Cabrera aceptó en 1869 ponerse al frente del carlismo, pero pocas semanas después el propio D. Carlos dio orden para que se produjera el alzamiento en todo el país sin contar con el conocimiento de Cabrera, lo que determinó su dimisión.
A pesar de los fracasos de Figueras y Pamplona, donde el levantamiento quedó abortado, Polo se echó al campo en la Mancha el 23 de julio al frente de algunas partidas de voluntarios, siguiendo órdenes que juzgó suficientes[5]. Con su proceder iniciaba un levantamiento al que se unieron cuatro o cinco mil hombres que proclamaron a Carlos VII en distintas partes de España[6].

El alzamiento se produjo la noche del 23 al 24 de julio cuando el brigadier Vicente Sabariegos, que como comandante general de Ciudad Real seguía directamente órdenes de Polo, y veterano coronel Joaquín Tercero levantaron una partida a las afueras de la capital manchega. Con un centenar de hombres, varios de ellos veteranos de la primera guerra, marcharon sobre la vecina localidad de Picón, donde sorprendieron a un destacamento de seis guardias civiles. Prosiguieron después su marcha hacia Piedrabuena, donde una columna gubernativa les dio alcance. Hubo un intercambio de disparos y Sabariegos logró ponerse a salvo con sus hombres. Joaquín Tercero, que se había separado de la columna antes de llegar a Piedrabuena, marchó hacia la  provincia de Toledo para unirse a las fuerzas que operaban allí bajo el mando directo de Polo. Su ejemplo fue seguido por otra partida de Ciudad Real, la levantada por don Antonio Almagro en la localidad de Miguelturra.
En diversas localidades de la provincia, como Moral de Calatrava, Almodóvar del Campo, Ballesteros y otros pueblos, se echaron al campo nuevas partidas, que se fueron incorporando a las huestes del comandante general.
Una tras otra las partidas fueron abatidas. Algunas, como la organizada en Bolaños por Juan Menchero, ofrecieon mayor resistencia para correr, finalmente, igual suerte.
Durante los últimos días de julio las acciones en campo abierto frente a fuerzas muy superiores que salieron en su persecución, se saldaron con derrotas para los carlistas, lo que hizo que empezara a cundir el desaliento entre los comprometidos. A ello se unieron los efectos provocados por el indulto ofrecido por Serrano a quienes volvieran a casa y entregaran las armas. En pocos días se multiplicaron las deserciones de tal forma que hubieron de disolverse la mayor parte de las improvisadas unidades.
El golpe de gracia llegó en 17 de agosto cuando la  columna de Polo, a la que se habían unido los combatientes que habían sido dispersados, fue desalojada de los montes de Toledo y se vio obligada a replegarse  hacia la provincia de Ciudad Real, donde fue completamente abatida en Palacios de Torralba, a pocos kilómetros de Almagro, por dos compañías del Regimiento de la Princesa, acuartelado en la capital de la provincia.
Al día siguiente los alcaldes de los pueblos de la comarca organizaron batidas con el voluntariado local para capturar a los que habían logrado huir. Polo fue apresado por los de Daimiel el 18 de agosto en una dehesa de Torralba, acompañado de su secretario, un oficial carlista y un guardia civil que se había pasado a sus filas.
Sabariegos se mantuvo todavía dos semanas en el Campo de Calatrava, hasta que en los primeros días de septiembre buscó refugio en Portugal. Los restantes guerrilleros se entregaron, huyeron o permanecieron escondidos.

La noticia de la prisión del mariscal Polo fue un golpe mortal para la suerte de la insurrección. Al conocerse el fracaso del movimiento, los jefes sublevados en distintos puntos del territorio se vieron obligados a batirse en retirada, ya sin más objetivo que proteger a sus hombres. Algunos no tuvieron suerte en ello, y fueron bárbaramente pasados por las armas sin piedad ni juicio previo, como los nueve carlistas fusilados en Montealegre, cerca de Badalona, cuyo salvaje martirio lleno de horror a la opinión pública[7].
Polo fue llevado a la prisión de Daimiel, y de ahí a Ciudad Real, donde fue sometido a un Consejo de Guerra.
Desde la cárcel, el comandante general del levantamiento manchego y sus compañeros agradecieron a los de Daimiel su mediación a través de una carta enviada al periódico carlista La Regeneración:

“El general carlista D. Juan de Dios Polo y presos políticos en las cárceles de Ciudad Real, dan las más expresivas gracias a los voluntarios de la libertad y autoridades de la villa de Daimiel, y al partido republicano de la provincia, así como a las corporaciones que se hallan interesadas por la suerte del expresado señor y demás que le acompañaban; a los primeros por su noble y generoso comportamiento en su captura y detención, e igualmente por su desprendimiento, renunciando a toda recompensa, aceptando como única la del indulto, y a los demás señores con sus eficaces gestiones para conseguir el objeto que aquellos iniciaron”.
 La carta aparece firmada por Polo y otros veinticinco nombres.[8] 

La prisión del cuñado del general Cabrera movilizó inmediatamente a los condes de Morella. El general Cabrera viajó a París, mientras que la condesa lo hizo a Biarritz y San Sebastián y escribió después en su Diario: “Dicen que el viaje sirvió para salvar más de una vida, si es así, estoy agradecida por ello”[9].
Es posible que el desplazamiento a París del general Cabrera fuera para mediar ante el propio general Prim, que visitaba la capital francesa esos mismos días, lo que hacía posible una gestión discreta.

A finales de agosto la causa seguida contra Polo y sus correligionarios fue elevada a plenario y la sala primera de la audiencia territorial de Albacete dictó contra el general Polo sentencia de muerte en garrote por sublevación, así como pago de diferentes cantidades a distintos pueblos e inhabilitación perpetua, lo cual le fue comunicado al interesado en Ciudad Real, donde se mantenía en prisión. Igual pena fue impuesta a otros jefes de la insurrección que siguiendo las instrucciones reales se habían levantado en otros puntos del territorio nacional.

Posteriormente  Polo y el resto de los condenados por el alzamiento en La Mancha fueron conducidos a Madrid, y encerrados en las cárceles militares de San Francisco.


El general Polo, en el centro, con sus compañeros de levantamiento, encerrados en las cárceles de San Francisco de Madrid. Foto J. Laurent


Polo dirigió al Gobierno una súplica solicitando el indulto para él y para sus compañeros. El ayuntamiento de Córdoba envió a Madrid a un comisionado para solicitar igualmente al Gobierno indulto para el militar carlista. La ciudad entera, sin distinción de colores políticos, se movilizó para pedir el indulto, recogiéndose miles de firmas de los vecinos. La propia Diputación telegrafió al regente y al Gobierno, como también lo hicieron los dirigentes locales del partido republicano en nombre de su oposición a la pena de muerte y a su reivindicación de que la misma fuera abolida de las leyes penales.[10]
Otras muchas instancias - incluidos los propios Voluntarios de la Libertad de Daimiel que le habían apresado-, intercedieron también por los condenados.

También las hermanas de Cabrera se movilizaron para solicitar el indulto. Juana, la esposa del infortunado Polo, visitó al regente general Serrano en La Granja (Segovia), donde veraneaba, y le pidió clemencia entre sollozos. El general Serrano no quiso comprometerse, pero la dio buenas palabras y alabó la nobleza de sus sentimientos.[11]

Sea consecuencia de todas estas presiones, o fuera por el impacto que en la opinión pública habían producido los bárbaros fusilamientos de Montealegre, el regente Serrano accedió al indulto, y Polo y sus compañeros fueron deportados a las Islas Marianas.

Conocido el indulto, Polo escribió una carta de agradecimiento a todos los que habían intercedido por él, que hizo llegar a la opinión pública a través de Vicente de la Hoz, director del periódico carlista La Esperanza:

“Madrid 21 de diciembre de 1869.
Muy señor mío y buen amigo: Profundamente reconocido a las repetidas muestras de interés y simpatía que de personas y corporaciones estoy continuamente recibiendo, especialmente a las de Córdoba que tomaron la iniciativa, y a las eficaces gestiones que en mi obsequio se han practicado, hasta conseguir el indulto de la última pena impuesta por los tribunales, con que S.A., de acuerdo con el Consejo de ministros, se ha servido favorecerme, me considero en el deber de dar a todos las gracias más expresivas, como lo hago desde el fondo de mi corazón, valiéndome de la prensa como el medio más adecuado de publicidad, y con el fin de que llegue a conocimiento de mis favorecedores, sin excepción alguna, complaciéndome en tributar de esta manera el más auténtico testimonio de mi gratitud”.[12]


Tras ser trasladado a Cádiz por tren el 14 de enero, custodiado por una pareja de la guardia civil,  el brigadier Polo fue puesto a disposición del gobernador civil de la provincia hasta que pudiera producirse su deportación.
Un par de semanas después, los jefes carlistas Milla y Larrumbe y los otros presos carlistas fueron embarcados en una fragata de la Armada, que les condujo a Santa Cruz de Tenerife como primera etapa de su largo viaje. Allí llegaron en los primeros días de marzo de 1870, tal y como informaron los corresponsales del periódico carlista La Esperanza.[13] 
Las Islas Marianas, bajo la jurisdicción de España, se usaban como destino para exilados políticos. Allí llegaron a bordo del buque Sanghai en 1870, procedentes de Manila, Polo con otros siete carlistas –entre ellos un sacerdote, D. Blas Rodríguez- y tres republicanos.
El indulto no evitaba la baja definitiva del brigadier Polo del cuadro del Estado Mayor y General de Ejército, que a raíz del Consejo de Guerra había sido ordenada por el Ministerio de la Guerra en febrero de 1870. La baja había sido publicada en distintos medios oficiales y comunicada a los directores e inspectores generales de las armas e institutos, capitanes generales de los distritos y ministro de la Gobernación “a fin de que no pueda aparecer con un carácter que ha perdido con arreglo a las órdenes y disposiciones vigentes”. [14]

Polo y los otros carlistas deportados permanecieron en su destierro algo menos de un año y medio. En diciembre de 1870 salió de Manila para las Islas Marianas el mismo barco español Shanghai, adelantando su viaje bianual para recoger a los desterrados allí. Su regreso era posible gracias al indulto decretado por acuerdo del Consejo de Ministros y la comisión permanente de las Cortes Constituyentes[15].
En 1871 Polo llegó a Lisboa, permaneciendo en Portugal, desde donde se extendieron más tarde rumores a través de la Correspondencia sobre su presunto fallecimiento en la localidad lusa de Monzón, que el propio Polo se encargó de desmentir a través de sus cartas[16].
En enero de 1872 se disolvieron las primeras Cortes de la monarquía amadeista, convocándose nuevas elecciones. Los carlistas comparecieron sin fe, en medio de la apatía de las masas carlistas mucho más proclive a un levantamiento armado que parecía inminente.
Los carlistas de Almagro (Ciudad Real) presentaron la candidatura de Polo, que sacó la mitad de los votos en las elecciones[17]. Ninguno de los 35 diputados carlistas electos llegó a sentarse en su escaño, ya que Don Carlos dio el día 14 de abril la orden de alzamiento en toda España y un día después dispuso la retirada de los diputados carlistas.
Los periódicos dan cuenta de que desde Lisboa el general Polo anima a sus partidarios a favor de un levantamiento carlista, y más tarde de su llegada a Madrid en busca de fondos e instrucciones.[18]
 La insurrección carlista de la primavera de 1872 había fracasado en el Norte y en otras partes del país, pero había prendido en Cataluña y en el Maestrazgo. Desde el entorno de Don Carlos se siguió trabajando formándose comités carlistas en muchos lugares para disponer un nuevo alzamiento.
El 8 de Julio Don Carlos había creado en Bayona con los generales de la frontera la Junta Militar Vasco Navarra para dirigir el alzamiento en Navarra y las provincias vascongadas. El general Polo fue designado para presidir la Junta, de la que formaban los generales de la frontera. 
La Junta consideraba que no se daban las circunstancias para el movimiento que se proponía, y se planteaba  por muchos la necesidad de llamar a Cabrera, pensando que con él hubieran tomado otro sesgo los acontecimientos. Atribuían a la nefasta influencia del secretario de D. Carlos la responsabilidad del descalabro de Oroquieta. Al frente de dicha Junta, Polo pidió el 15 de Julio a Don Carlos que separase de su lado a su Secretario, el coronel de Estado Mayor Emilio de Arjona.
Don Carlos no sólo no hizo caso de las presiones de los sectores cabreristas, sino que obligó a todos a reconocer a Arjona como su secretario y a tratarlo como tal.
La lucha entre los generales disidentes y el rey y su secretario prosiguió, cruzándose acusaciones mutuas, hasta que el rey disolvió el 14 de agosto la Junta militar vasco-navarra, nombrando al general Elío su delegado único. La Junta respondió con una exposición el 15 de agosto equivalente al tradicional se obedece, pero no se cumple, firmada por los generales Juan de Dios Polo, Fulgencio de Carasa, el marqués de Valdespina, Martínez de Velasco, Juan Bautista Aguirre, Antonio Lizárraga, Chatelineau y otros generales del ejército real.
El general Polo escribió una carta a uno de los periódicos carlistas en la que manifestó haber dejado ser presidente de la Junta militar de la frontera desde el 14 de agosto, por supresión de la misma, y que no debía deber tomar parte en los asuntos oficiales del partido mientras no se prescindiera de las personas causantes de sus desgracias.
Los generales habían advertido que estaban en contacto las personas más distinguidas de la comunión para nombrar una Junta directiva que recondujera la situación. Don Carlos respondió a esta nota tres días después comunicando al general Polo que consideraría como rebelde y sediciosa a cualquier junta que se reuniera sin su orden o autorización[19].

                  El mariscal de campo Juan de Dios Polo y Muñoz de Velasco, presidente de la Junta de los generales de la Frontera, fotografiado por J. Laurent

En el otoño los voluntarios estaban impacientes por luchar, y los comités seguían allegando recursos y comprando armas. El rey se encontraba sólo ante un partido en estado de semianarquía. Descartados los generales Cabrera, Chatelineau y Elío para la suprema dirección de las fuerzas carlistas que sostenían la campaña,  Don Carlos llamó al general Dorregaray y le confirió la comandancia general de Navarra, Logroño y las Provincias Vascongadas.
El 10 de octubre, siguiendo órdenes de Don Carlos, Dorregaray destituyó a Carasa, Valde-Espina, Aguirre y Velasco, comandantes generales de las provincias vasco-navarras y miembros de la Junta, que habían planteado reiteradamente su dimisión, reservándose hacerles comparecer en su día ante un consejo de guerra.
Las diferencias internas dentro de los ex miembros de la Junta determinaron la separación del general Lizárrga y otros generales que desconfiaban de la actitud de Cabrera, al que Polo, Aguirre y otra parte de los generales de la frontera reivindicaban para que se pusiera al frente del carlismo.
El día 15 de octubre los miembros de la disuelta Junta de la frontera volvieron a reunirse en Bayona, levantando un acta en que minimizaban sus diferencias, que atribuían a intrigas de los enemigos, al tiempo que reafirmaban su inquebrantable fidelidad a la bandera de Dios, Patria y Rey, asegurando que “soldados fieles a la causa, estamos dispuestos a sacrificarnos por su triunfo, cuando las circunstancias y elementos disponibles nos aconsejan hacerlo en conciencia”[20].
Cuando el acta de la Junta de la frontera cayó en manos del secretario Arjona, su reacción dejó traslucir tanto su posición como la que sostenía Don Carlos. Ambos eran partidarios de acabar con lo que consideraban medias tintas, y establecer una raya de separación entre los que estaban con el rey y los que estaban contra él: “Insurrectos vergonzantes, no detendrán la marcha de los trabajos... Prescinda usted de contemplaciones y entrevistas... sin ellos podemos empujar los trabajos... Verá usted que poca falta hacen esos detenedores de movimientos, satélites de Cabrera, y ¡oh vergüenza! de Cabrera alfonsista! En el terreno militar, esa junta es una sedición colectiva más... ¿No querrá Dios que acaben de hacer un acto público, ostensible, para tirar de la manta y enseñarlos al país?”[21].
Polo se separó de las actividades preparativas del alzamiento y no participó en la abierta guerra civil que tuvo lugar a partir de la entrada de Don Carlos en España, si bien siguió tratando de organizar a los elementos procabreristas, a los que convocó a una importante reunión en Bayona en mayo de 1873 por los mismos días en los que el ejército carlista conseguía la importante victoria de Eraul.[22]
Por esas mismas fechas, un periódico de Reus dio cuenta del gran incremento que tomaba la insurrección carlista en la orilla derecha del Ebro. Un gran número de comprometidos, se decía, habían salido de Tortosa a unirse con las partidas carlistas, incluyendo antiguos jefes del ejército de Cabrera. El periódico atribuía el entusiasmo detectado entre los voluntarios carlistas al rumor de que el general Polo, hermano político del conde de Morella, se había puesto al frente de aquellas partidas.[23]  
En 1874 la guerra había tomado un cierto sesgo favorable al carlismo, que había infringido algunas sonadas derrotas en el campo de batalla al ejército republicano. En la segunda mitad del año los periódicos revolucionarios volvieron a sacar a la palestra el nombre de Cabrera para provocar divisiones en el campo carlista.

                          El general Juan de Dios Polo, sentado, con otros militares carlistas no identificados

Desde hacía algunas fechas se viniera hablando de una importantísima reunión que tenían previsto celebrar en Dax los jefes carlistas que se hallaban al otro lado de la frontera[24]. La convocatoria había sido promovida por el general Díaz de Rada, y a ella habían dado su aquiescencia los generales Polo, Carasa, Aguirre, Moneo y otros muchos antiguos carlistas del grupo cabrerista. Don Carlos aceptó participar en la reunión, en buena medida por el esfuerzo de Doña Margarita para convencer a su esposo de que tratase de atraerse a los jefes retraídos con el fin de tratar de llegar a un acuerdo con ellos.
Ante las especulaciones sobre la posibilidad de que Cabrera asistiera a la pretendida reunión, Don Carlos hizo publicar el 23 de julio en su órgano oficial, El Cuartel Real, párrafos de una carta suya ratificando que la situación de Cabrera respecto al carlismo no había variado desde la asamblea de Vevey, y que para hacerlo tendría que empezar por “pedirme perdón de su conducta anterior, declarando que se somete a lo que Yo en justicia tenga por conveniente mandarle…”[25].
El general Polo, sorprendido, envió a Wentworth un ejemplar del boletín carlista con el texto señalado. Cabrera le contestó el 22 de agosto lamentando que Don Carlos insistiera en descalificarle, en oposición al “respeto profundo con que leales adversarios han mirado mi consecuencia política durante treinta y cuatro años de voluntario destierro”.
Mediados de diciembre, el general Polo y otros dos jefes de la llamada facción cabreristas que estaban en Bayona fueron internados por las autoridades francesas, pasando por Burdeos[26]. Sólo dos semanas después de esta medida, 29 de diciembre de 1874 tiene lugar el pronunciamiento del general Martínez Campos en los campos de Sagunto y la restauración monárquica en la persona de Alfonso XII.
Apenas dos meses y medio después de la restauración monárquica, el 11 de marzo de 1875, el general Cabrera firmó el Acuerdo por el que reconocía a Alfonso XII, tratando con ello de contribuir a la pacificación de la guerra, el mantenimiento de los fueros vasco-navarros y el establecimiento de un marco de legalidad para el carlismo que le permitiera integrarse en la vida política del país.
La firma del Acuerdo tuvo lugar en el hotel de Inglaterra de Paris, donde se había dado cita una gran expectación y reunido una gran concurrencia de veteranos carlistas, jóvenes oficiales, periodistas y corresponsales y responsables diplomáticos como el embajador de España en Londres y el cónsul en Bayona. Tras la firma del Acuerdo, y en un ambiente de gran optimismo, Cabrera invitó a cenar en el mismo hotel a los participantes en el acto y otras personalidades allí reunidas. Entre ellas figuraba su cuñado el general Polo, que fue sentado a la mesa presidida por el propio Conde de Morella, como también los generales carlistas Rada y Aguirre.[27]
El 20 de marzo un primer grupo de los generales de la frontera que siempre habían estado con Cabrera, entre los que figuraba en lugar destacado el mariscal de campo Polo,  se adhirieron públicamente al Acuerdo. Pocos días después Polo, en compañía de los generales Estartús y Rada y del brigadier Barés, se presentó a indulto en Bayona[28].
Como otros de ellos, Polo escribió una carta a Don Carlos a través de los periódicos en los que explicaba los motivos del paso dado, al tiempo que proclamaba su fidelidad a sus principios de siempre[29].
Como en los demás casos, el texto de la carta abierta es un desmentido a los que han querido presentar a aquellos veteranos carlistas que se adhirieron al Acuerdo como trásfugas contaminados de liberalismo que habían abdicado de sus principios:  
“Señor: A la vista del espectáculo deplorable de una guerra civil, emprendida en nombre de Dios, de la Patria y del Rey, pero cuyo término no se alcanza,, y cuyos frutos no han sido, hasta ahora, sino de sangre, desolación y de ruinas; y considerando además que la noble causa simbolizada en aquellos tres lemas sagrados, lejos de adelantar hacia su deseado triunfo, se desvirtúa y se compromete más cada día, con abusos y excesos que la mancillan, y obedeciendo, por último, al generoso y patriótico llamamiento que ha dirigido a los valerosos carlistas y a los españoles todos el ilustre y respetable capitán general D. Ramón Cabrera, Conde de Morella, me despido franca y públicamente del despido de V.M, a quien el Cielo ilumine para evitar nuevas calamidades a la desgraciada España; y me coloco espontánea y lealmente al abrigo del Trono del Rey Católico D. Alfonso XII, para difundir bajo su monarquía, por medios legales y pacíficos, los mismos principios y la misma bandera que he defendido toda mi vida.
Un deber de conciencia religioso y patriótico, superior a toda consideración personal y dinástica, me obliga a tomar tranquila y reposadamente esta resolución que espero imitarán mis dignos compañeros de armas, inspirándose en los mismos sentimientos que a mi me han impulsado.
Dios conserve a V.M y le haga conocer los deberes sagrados que la Religión y la Patria le imponen en esta situación grave y solemne, no poniendo obstáculos a la paz, que desean con ansia los pueblos, y transmitiendo a la posteridad, con un acto de abnegación y desistimiento de sus pretensiones, un dgino y honroso ejemplo, que disculpe al menos los extravíos y errores pasados.
Bayona, 19 de marzo de 1875.
Juan de Dios Polo Muñoz de Velasco[30]

                                                                              Firma del general Polo

El 14 de abril, acompañado del marino Santiago Patero, mantuvo una entrevista con el ministro de la Guerra[31]. Una semana después, Polo regresó a España, dirigiéndose primero a Málaga, desde donde el 22 de abril salió en el vapor Ebro destino a Valencia, acompañado de su sobrino Luís Polo y con el pasaporte que para la ciudad del Turia le había expedido la capitanía general[32] . Desde allí viajó a Madrid en junio acompañado de los capitanes Soto y Sala para realizar gestiones a con las autoridades militares que se ocupaban de la aplicación del Acuerdo[33].
El 1 de septiembre de 1876, el brigadier Polo trasladó su residencia  de nuevo a su Córdoba natal, donde se mantuvo alejado de la actividad política y vivió rodeado del reconocimiento y afecto de la sociedad cordobesa.
Una vez concluido el examen de los despachos y documentos acreditativos presentados como consecuencia de su adhesión al Acuerdo de reconocimiento de Alfonso XII, el ministro de la Guerra, de acuerdo con la junta clasificadora, concedió al mariscal de campo Polo la vuelta al servicio en el empleo que disfrutaba en el Ejército al pasarse al campo de Don Carlos, o sea el de brigadier[34]. Su nombre volvió a aparecer en la escalilla del Estado Mayor del Ejército correspondiente a 1877. El punto segundo del Acuerdo contemplaba el reconocimiento de los empleos y grados de los miembros del ejército carlista, y el tercero su integración en los Cuerpos del Ejército sin distinción de procedencias. En el caso del general Polo el ascenso a mariscal de campo, obtenido en circunstancias verdaderamente extraordinarias, no fue reconocido, por lo que el empleo con el que se integraba en el Ejército era el de brigadier de Infantería, el mismo que le fue concedido por el rey Carlos V a propuesta del general Cabrera, y con el que había terminado la primera guerra carlista más de tres décadas antes.
Aún viviría el viejo general casi una década más, en medio del afecto y la consideración de sus convecinos. Su fallecimiento tuvo lugar el 26 de abril de 1885, y fue seguido de un solemne entierro y posterior funeral, celebrado en la parroquia de San Nicolás de la capital cordobesa. En la esquela, publicada en el Diario de Córdoba del día siguiente, y en ausencia de hijos habidos en su matrimonio, mostraban sus condolencias su viuda Juana, su cuñada, sus sobrinos y su director espiritual. El sepelio fue presidido el conde de Casillas de Velasco, gobernador militar de la guarnición cordobesa, que rendía así homenaje póstumo a un bravo militar, a un ilustre patriota y a un hombre que fue consecuente con las ideas que profesó a lo largo de toda su vida. 

           Esquela del general Juan de Dios Polo Y Muñoz de Velasco publicada en el Diario de Córdoba de 27 de abril de 1885

El general Polo estaba en posesión de la Gran Cruz y placa de la Orden Militar de San Hermenegildo, dos Cruces de la de San Fernando y otras distinciones al mérito y heroísmo militar.


[1] El periódico catalán “El Constitucional” en 5 de septiembre de 1840, da cuenta del correo recibido por  la “Gaceta de Francia” desde la ciudad de Lille informando de la llegada  a la citada ciudad y en una diligencia de José Domingo-Arnau, el ayudante de campo de Cabrera y el brigadier Polo.
[2] Según José Cruz Gutiérrez, cronista del Círculo de la Amistad, Polo y su esposa acogieron durante unos meses a uno de los hijos del general Cabrera, por deseo de su padre de que conociera España. En ausencia de fuentes para esta afirmación, puede que en realidad no fuera no un hijo del general sino su hermano pequeño Felipe, sobre el que Cabrera ejercía la labor de padre más que la de hermano por la diferencia de edad existente entre ambos.
[3] Por Real Decreto de 4 de Noviembre, onomástica de Don Carlos, se otorgaban uno o dos grados más, según los casos, a los miembros del ejército carlista que se habían mantenido leales, e igualmente un empleo a los que anbandonando sus bienes en España, o presentando su licencia absoluta del ejército, se habían presentado a Don Carlos. Con estas medidas pudo constituirse la escala de mandos con un capitán general, cinco tenientes generales, catorce mariscales de campo y unos veinte brigadieres, que aún así se consideraba insuficiente, especialmente teniendo en cuenta la edad de muchos de ellos. Ver E. Roldán, Los ejércitos carlistas del Siglo XIX, pag 96.
[4] Según el “Suplemento al elenco de grandezas y títulos nobiliarios de España”, publicado por la revista Hidalguía en 1991, Don Carlos concedió además al brigadier Polo el título de Barón de Casa Muñoz de Velasco. El Pretendiente repartía por entonces grados militares y títulos nobiliarios por doquier, como una forma de atraer partidarios.
[5] Fracasado el alzamiento, Polo fue calificado por Don Carlos de ligero, atribuyendo a la precipitación su falta de éxito. El propio general, que era todo menos ligero, se presentaría más tarde a Don Carlos a su regreso de las Marianas, con lo que el monarca hubo que rectificar. En realidad Don Carlos tenía una buena opinión de Polo, como refleja en su Diario: “General Polo: buen militar, leal, valiente, en nada se parece a su cuñado”. Memorias y Diario de Carlos VII, pag 313.
[6] Manuel Salvador Madre, pag 35 y 36.
[7] Entre los fusilados, a los que no se concedió ni la confesión que reclamaban, se encontraban dos muchachos que aún no habían cumplido dieciocho años, y un guardia forestal del pueblo, que era retrasado mental.
[8] Texto completo de la carta y relación de nombres en ¡España con Honra!  Periódico católico-monárquico. Nº 55, agosto 1869
[9] Melchor Ferrer, Román Oyarzum y otros biógrafos de Cabrera hablan de la intercesión a favor de Polo de los condes de Morella, y en particular de la esposa del general Cabrera, de la que Mariano Tomás afirma que vino a Madrid a sostener entrevistas con políticos y militares. Así fue recogido por alguna prensa de la época, como el Diario de Córdoba de 25 de agosto de 1869. La mediación fue real, también la del general Cabrera, como queda patente en el Diario de la condesa de Morella, que desmiente,  sin embargo, esa supuesta  visita suya a Madrid.  Véase Javier Urcelay: Cabrera. El Tigre del Maestrazgo. Ed. Ariel. Barcelona, 2006.
[10] Diario de Córdoba de 10 y de 25 de diciembre de 1869.
[11] Diario de Córdoba, 25 de agosto de 1869.
[12] Diario de Córdoba, 25 de diciembre de 1869.
[13] La Correspondencia de España, 3 de marzo de 1870.
[14] Boletín Oficial de la Provincia de Tarragona de 15 de febero de 1870 y Boletín Oficial de la Provincia de Guadalajara de 16 de febrero de 1870.
[15] Altar y Trono, Año II, Tomo IV, 13 Febrero 1871.
[16] El 24 de septiembre de 1871, el Diario de Córdoba recoge una noticia de La Correspondencia de España según la que el general Polo había muerto en Monzón (Portugal) donde se hallaba emigrado. Esta información es rechazada en el citado diario dos días después, invocando las cartas de Polo que habían recibido distintas personas de Córdoba fechadas en Lisboa. El mentis había sido ya publicado por el periódico carlista La Regeneración del día 23, que se burlaba de cómo la Correspondencia había sido engañada. Véase Diario de Córdoba de 26 de septiembre de 1871.
[17] Diario de Córdoba, 21 de marzo de 1872.
[18] La Correspondencia de España de 28 de abril de 1872 y Diario de Córdoba de 2 de junio de 1872..
[19] Julio Nombela, Detrás de las trincheras, pag 377.
[20] Citado por A. Pirala, Anales, Tomo II, pag 598.
[21] Carta de A. Arjona citada por A. Pirala, Anales, Tomo II, pag 599, de la que no se menciona destinatario. 
[22] El Bien Público, 14 de mayo de 1873.
[23] Diario de Córdoba, 3 de enero de 1873.
[24] La Correspondencia de España, 20 de junio 1874.
[25] Citado por A. Pirala, Anales, Tomo III, pag 702.
[26] El Constitucional, 16 de diciembre de 1874.
[27] La Correspondencia de España, 17 de marzo de 1875
[28] La Correspondencia de España, 28 de marzo de 1875.
[29] Véase El Constitucional de 7 de abril de 1875.
[30] El Constitucional, 7 de abril de 1875.
[31] El Globo, 15 de abril de 1875.
[32] La Correspondencia de España de 16  y 24 de abril de 1875 informa sobre este viaje. La noticia periodística señala que Polo viajaba acompañado de su hijo D. Luís. Sin embargo, Juan de Dios Polo no tuvo hijos, por lo pudiera ser, sin que podamos afirmarlo con seguridad, que su compañero de travesía fuera su sobrino y que se tratara del mismo Luís Polo que fue después ayudante de campo del general Cabrera. El viaje debía tener como motivo realizar gestiones para el cumplimiento del Acuerdo firmado.
[33] El Constitucional, 22 de junio de 1875.
[34] El Siglo Futuro, 10 junio de 1876.