sábado, 26 de septiembre de 2009

Toma, defensa y pérdida de Morella por los Carlistas.


El general carlista Cabrera y el castillo de Morella




(I) LA TOMA DEL CASTILLO DE MORELLA POR LOS CARLISTAS

El 13 de Noviembre de 1833 el gobernador militar de Morella, el coronel D. Carlos Victoria, vitoreaba al rey Carlos V de Borbón en la plaza del mercado, actual calle de Blasco de Alagón. Puede decirse que su grito, coreado por las gargantas entusiastas de un vecindario mayoritariamente de ideas carlistas, daba comienzo a la primera guerra carlista, o Guerra de los Siete Años, en los reinos de Aragón y Valencia.
A la ciudad habían acudido Voluntarios Realistas de toda la comarca, que preparaban desde meses atrás un alzamiento en pro de los derechos proscritos del Infante Don Carlos en contra de los de su sobrina Isabel. Morella constituía el primer bastión de la insurgencia. Sin embargo, pocos días después la plaza era reconquistada por el ejército cristino, mandado por los generales Horé y Bretón. Desde entonces los carlistas se verían obligados a vagar en partidas sin base estable, obligadas siempre a huir de la implacable persecución de que eran objeto por las columnas del ejército.
La emergencia entre los guerrilleros carlistas de un ex-seminarista de Tortosa, de nombre Ramón Cabrera, empezaría poco a poco la fisonomía de las partidas carlistas, que comienzan a obtener algunos triunfos. Poco a poco el genio militar y talento organizador del joven tortosino –que apenas había cumplido treinta años- transforma una desordenada gavilla de partidas guerrilleras en el embrión de un verdadero ejército, que pasa a controlar cada día más una importante porción del territorio del Maestrazgo y los Puertos. La toma y la fortificación de Cantavieja en Abril de 1836, como primera base estable de operaciones, marca el inicio de una nueva etapa, en que los carlistas establecen un conato de administración territorial y un abastecimiento regular de sus fuerzas. Cabrera es el alma de aquél incipiente ejército y Morella la referencia ineludible para asentar el dominio apetecido sobre los territorios del Bajo Aragón y el Maestrazgo del que empiezan a enseñorearse.
Tras la participación de las fuerzas levantinas en la Expedición Real que condujo al Ejército Real y al propio Don Carlos a las puertas de Madrid, el prestigio de Cabrera le convertía en jefe indiscutible del carlismo aragonés y valenciano. Sus triunfos frente a las columnas liberales y su capacidad de organización habían hecho que sus horizontes se ampliaran y empezara a pensar en metas que parecían poco antes inalcanzables. La toma de Morella estaba en el centro de sus planes como un objetivo largo tiempo acariciado. Coronada por su imponente castillo roqueño, la capital de los Puertos era considerada la llave para acceder al Maestrazgo y al Mediterraneo desde el Norte, nudo de enlace entre Aragón y Valencia y fortaleza a cuyo abrigo un cuerpo de tropas podía maniobrar libremente dominando toda la comarca. Para los carlistas, ser dueños de Morella era serlo del Maestrazgo y del Bajo Ebro, era obligar a las tropas cristinas a cambiar las condiciones de la guerra, a partir desde la circunferencia al centro, en lugar a hacerlo desde el centro a la periferia. Si conquistaban Morella, bastaría un punto de apoyo más en la costa y los liberales se verían obligados a pasar a la defensiva, con grandes posibilidades de perder la guerra.
El control que de todos los territorios circundantes tenían los carlistas, les permitía ejercer un cerco permanente sobre Morella. El llamado batallón de Valladolid y el 2º de Burgos, que formaban parte de la brigada castellana recien incorporada al ejército de Cabrera, habían recibido orden de bloquear alternativamente la plaza.
Cabrera, que contaba con confidentes en el interior de la ciudad, tenía en el fondo poca confianza en poder conquistarla. En varias ocasiones había intimado su rendición al gobernador, pero sus requerimientos habían sido desoidos, por lo que los carlistas optaron por estrechar el cerco, cortando el agua que suministraba a las fuentes de la ciudad y atrincherándose en las masías y las alturas que circunvalan la ciudad. Para cerrar el completo bloqueo, el caudillo tortosino había dispuesto puntos fortificados en el Molino de Adell, la masía del Bosch, la Torre del Vale, Querola y en Morella la Vella, con cuarenta hombres en cada uno de estos puntos, más las tropas volantes que recorrían los montes de la zona[1].
El coronel Portillo, gobernador militar de Morella, se dispuso a resistir al bloqueo. Para ello expulsó de la ciudad a 130 personas juzgadas inútiles, cerró la poterna de la mina que conducía el agua, dividió la población en distritos militares e intensificó la vigilancia policial contra posibles maquinaciones del vecindario. En distintas salidas trató de batir a sus sitiadores, y de conocer la situación de los mismos, que no pasaban de 300 hombres, que acordonaban más de cerca la plaza, con una reserva de 600 que durante el día se apostaban en un molino.
El general liberal Marcelino Oráa, jefe del ejército cristino del Centro, conocía la importancia estartégica de Morella, y las dificultades a las que estaba sometida por el bloqueo, pero, al igual que su gobernador, juzgaba su conquista por los carlistas como imposible. Los recursos de los que disponían y su escasísima artillería no les daban opción real alguna de conquistar una ciudad fortificada como Morella, custodiada además por un formidable castillo, por lo que no deseaba dedicar fuerzas en acudir en su defensa, distrayéndolas de otros lugares donde su presencia se consideraba más importante.
Los jefes carlistas del bloqueo sopesaban diversos planes para tratar de tomar la aparentemente inexpugnable ciudad, pero ninguno de ellos parecía fáctible. Uno de los planes elaborado por el propio Cabrera, consistente en infiltrar en la plaza a un antiguo artillero de la guarnición, pasado a las filas carlistas, y que se pusiera en contacto con sus anteriores compañeros para la entrega del castillo, no dio resultado. Ya anteriormente en 1836 una conjura de los elementos del interior de la población había sido descubierta y costado la vida a 22 vecinos, fusilados en las tapias del cementerio por orden del gobernador Alcocer. Pero los carlistas no desmayaban en su pretensión, antes al contrario, cada día imaginaban nuevas formas de intentar la conquista.
El 19 de enero de 1838 se presentó al jefe del puesto carlista del Molino de Adell un artillero desertor de la plaza, llamado Ramón Orgue, alias Ramonet, acompañado de otros dos amigos, comunicando al jefe del puesto teniente Pablo Alió, uno de los llegados de Castilla, que había preparado un plan que les permitiría entrar en el castillo. Ramonet era soldado veterano, valiente y fuerte, señalado y conocido por tal en toda la ciudad y entre la guarnición. El plan consistía en que, en la garita que había frente al cuerpo de guardia del castillo y que estaba construida al exterior de la muralla del castillo sobre la Alameda, por ser un retrete sin guardia ni tubería de ninguna clase, podría alcanzarse por medio de una escalera, y quitándo el asiento de madera que él había desencajado y preparado, podrían penetrar en el castillo. [2]
Martín García, comandante de batallón, que conocía muy bien la topografía del pueblo, creyó posible intentar el golpe de mano al oeste de la fortaleza, donde la elevación de la muralla no era menor, pero parecía algo menos inaccesible. Discutido el plan, se encargó de la misión a Pablo Alió esperándose para llevarlo a cabo una de esas noches oscuras e intempestivas de crudo invierno morellano. Se eligió minuciosamente a los sesenta o setenta voluntarios que serían responsables de la intentona, a lo que con todo sigilo se preparó para la misma[3].
La ocasión se presentó la noche del 25 de enero, día crudo, tempestuoso y sombrío en que una fuerte nevada dejó las montañas cubiertas. El comando fue pasado revista por Alió a las diez de la noche en una cuadra del Molino de Adell, y el plan explicado a cada voluntario, encareciendo el teniente la gloria que les esperaba y prometiendo alcanzar el éxito o morir en la empresa, lo que fue ratificado por todos con vivas al Rey, a la religión, a Cabrera y a sus oficiales. El plan expuesto no dejaba más camino que la victoria o la muerte. Se eligieron tres robustos gastadores, que se encargarían de sostener las escaleras –de las usadas para recoger el olivo- durante el asalto. Tras mandar descansar tres horas, durante las que Alió hizo su testamento y escribió la despedida a su familia y amigos por si la suerte resultaba adversa, volvió a reunirse con los miembros del comando en el molino, donde quedaban también fuerzas de apoyo para el momento en que el comando lograra penetrar en la fortaleza.
Llegado Alió al Molino de los Capellanes, tomó dos escaleras preparadas de antemano, cuyos extremos estaban revestidos de paño para que no hicieran ruido en el momento de apoyarse. Con ellas llegaron con todo sigilo al pié de la muralla. Puesta una escalera, subió por ella Alió hasta el peñasco en que debía apoyarse la otra, que al no llegar hasta el extremo del muro, tuvo que ser sujetada a pulso por los tres gastadores. A las cuatro y cuarto de la madrugada, trepaban los voluntarios en el orden preasignado por la segunda escalera, cuyo ascenso era muy difícil al estar casi completamente vertical. El primero en subir fue Orgué, que quitó el asiento del retrete. Al borde de la muralla fue descubierto por un centinela, cuya garita no distaba diez pasos. El carlista le disparó, sin darle tiempo más que a gritar “¡Cabo de guardia, los facciosos!”. El resto de los asaltantes accedieron a toda prisa y cayeron de improviso sobre la guardia que opuso inútil resistencia encerrados en el cuerpo de guardia. El fragor de la lucha, los gritos de ¡Viva el Rey! y ¡Viva Cabrera!, los tiros y las voces hicieron creer a los cristinos que 4 ó 5 batalladores carlistas habían tomado el castillo y abandonando el cuerpo de guardia salieron del castillo refugiándose en el pueblo.
Dueños los carlistas de la fortaleza, se apoderaron de las armas y municiones y enviaron a las tropas apostadas en el exterior la señal convenida, encendiendo una hoguera, mientras más voluntarios subían sin cesar por el muro.
El gobernador Portillo con la guarnición y milicianos, que al toque de general se habían reunido en la plaza del Estudio, trataron de reconquistar el castillo, pero fueron repelidos por los carlistas que habían reforzado la entrada del mismo, a fuerza de balas y granadas, obligando a los liberales a abandonar la plaza camino de Forcall.[4]
A las seis de la mañana de aquel 26 de enero retumbaba en aquellas montañas una estrepitosa salva, anunciando que la capital del Maestrazgo estaba en poder de Cabrera. Establecieron los carlistas una guardia en la puerta del castillo para que nadie entrase ni saliese sin dar el propio Alió la licencia. 40 hombres de los 75 que escalaron, quedaron en el castillo, mientras los otros 35 bajaron a la población. Un retén quedó en la plaza del Mercado, mientras patrullas de 4 soldados y un cabo recorrían las calles para evitar desórdenes y tropelias.[5]
A las 10 de la mañana todas las fuerzas del bloqueo entraban en Morella y Alió entregaba al coronel jefe de la brigada castellana Jose Mª Delgado las llaves de la ciudad[6].

En un escenario diferente a en el que transcurrían los hechos narrados, Cabrera llevaba a cabo el asedio de Benicarló. La noticia de la toma de Morella le llegó prácticamente al mismo tiempo que la población litoral caía en su poder[7]. El caudillo carlista recibió la felicitación de todos sus jefes y oficiales, y poco después se retiró eufórico a su aposento para redactar los partes para D. Carlos y la Junta Gubernativa y dictar la siguiente orden general por la que se comunicaba la toma de Morella a todos los voluntarios:
“Voluntarios: ¡Viva el rey!. A esta voz han sucumbido los que poco ha desafiaban vuestro valor y lealtad, jactándose de que se alimentarían con carne humana, o sea con los cadáveres de nuestras familias. Esto me recuerda que dos años van a cumplirse ahora del sacrificio de mi virtuosa e inocente madre, recuerdo que acibara todos los instantes de mi vida, y está grabado en mi corazón con letras de fuego. Morella es ya del mejor de los monarcas: loor a los denodados castellanos nuestros camaradas. También a vosotros reserva el cielo nuevos laureles, porque sois valientes y peleis por la religión, por el rey y por las leyes que han hecho felices a nuestros padres. Acabais de vencer en Benicarló, y vencereis siempre que, observando una rígida disciplina, sigais los preceptos de los dignos jefes y oficiales que os mandan, y de vuestro general y compañero. Cabrera”[8].
Por su parte, la Junta Gubernativa que desde los días de la Expedición Real se ocupaba del gobierno civil del territorio controlado por los carlistas, publicó también en el Boletín del Ejército Real de Aragón, Valencia y Murcia, que se editaba en Cantavieja, del 28 de Enero la siguiente alocución:
“Carlistas: el carro de la victoria que ha de conducir a nuestro adorado Carlos V al trono de sus augustos mayores no rueda ya, se precipita, y todo el poder del infierno no será bastante a detenerle. De las provincias han salido cuatro respetables divisiones, que van a esparcir el terror y el espanto en las filas ya consternadas de los enemigos del altar y trono; en Cataluña las filas de la legitimidad han ganado dos brillantes acciones. Las facciones pululan por todas las provincias, y en la importante plaza de Morella y su castillo tremolan ya las banderas del mejor de los soberanos. Loor eterno al Dios de las victorias, y a los valientes que prodigan su heroica sangre en defensa de la Religión y del Rey”.[9]
La caída de Morella en poder de los carlistas cortó por completo para los liberales la comunicación directa entre el Bajo Aragón del Norte y Valencia, lo que obligaba al enemigo a una gran dispersión de fuerzas. Además, la conquista de la plaza dejó en poder de los carlistas 11 cañones, bastante acopio de víveres y municiones. Entre ésto, la toma de Cantavieja y el material aprehenido en Benicarló, Cabrera dispuso de 15 piezas de artillería de diferentes calibres, conjunto con el que podía en 36 horas caer desde Morella sobre los fuertes de Vinaroz, Amposta, Gandesa, Caspe, Samper, Alcañiz y Calanda, dotados de obras de defensa hechas sólo para resistir fuego de fusilería y el del cañón de a 8.
El 31 de enero, cinco días después de la toma de la plaza, Cabrera hacía su entrada triunfal en Morella, anunciada anticipadamente con un tiro de cañón. Las autoridades civiles y militares, los jefes y oficiales de la guarnición carlista, una comisión de la Junta Gubernativa y otros empleados salieron a recibirle a la puerta por la que llegaba, en medio de un inmenso gentío que abarrotaba la plaza del Estudio. A las tres de la tarde entró Cabrera en medio de las aclamaciones del vecindario que continuamente daban vivas a la religión, al rey y a su general, en medio de las músicas que tocaban las bandas de los batallones castellanos, el repique de campanas y las salvas de artillería.[10]
Mientras los carlistas celebraban la gesta, la noticia llegó ese mismo día 31 al jefe del ejército liberal del Centro, que se hallaba en Vinaroz. El general Oráa, abrumado y lleno de amargura, escribió al Gobierno, informándole de la pérdida de la plaza, que atribuía falsamente a la infiltración de la guarnición por elementos de los sitiadores[11]. En su comunicación se lamentaba, una vez más, de la penosa situación del ejército bajo su mando, que apenas le permitía ya para mantenerse ni a la defensiva frente al creciente poderío de su rival.
La toma de Morella por Cabrera aumentó enormemente la popularidad del general carlista, extendiéndose su fama más allá de nuestras fronteras. El caudillo tortosino permaneció cuatro días en Morella, dedicado a inspeccionar las obras del castillo y tomar las disposiciones para la seguridad y servicio de la plaza. Al cabo de esos días, dejó por Gobernador a Ramón O´Callagham –que lo era hasta entonces de Cantavieja- y se ausentó de nuevo, no sin antes ascender a capitán a Pablo Alió, al que se concedió la cruz laureada de San Fernando, y a Ramón Orgué, que desde aquél día figuró como capitán de Artillería del ejercito carlista.
Morella se convirtió en capital de la Comandancia militar carlista de Valencia y Aragón y de toda la zona del Maestrazgo. Cabrera mandó trasladar a ella la imprenta en la que se editaba el Boletín del Ejército Real de Aragón, Valencia y Murcia, y el 22 de Febreró marchó al campamento de las tropas de Llangostera que sitiaban Gandesa, cercada por los carlistas desde hacía pocos meses, y que poco después caería igualmente en su poder.
Atraidos por la estrella de Cabrera y por su capacidad organizadora, se sumaron a su lado prestigiosos militares de otras procedencias, como el ingeniero prusiano Von Rahden, que dejaría impronta de su pericia técnica en la fortificación de la puerta de los Estudios y otras obras en el castillo.
Desde la conquista carlista del castillo de Morella la fisonomía de la guerra en Levante y la figura del caudillo carlista adquirieron una nueva dimensión, como reconocen los mismo historiadores liberales: “Desde la toma de Morella no puede confundirse a Cabrera con el común de los jefes de guerrilla, y a mas altura se eleva que el vulgo de los generales. Dueño absoluto del Maestrazgo, fundó allí un verdadero gobierno y creó un ejército... Cabrera era el alma de todo, estaba en todas partes, y valiéndose alternativamente del entusiasmo y del terror, llegó a adquirir sobre aquellos habitantes un prestigio que rayaba en entusiasmo y adoración. Era bastante político para gobernarlos con cierta dulzura y equidad, para no vivir sobre sus propios recursos y fortunas, ni molestarlos con exacciones... en el Maestrazgo no había más autoridad que la suya, y la ejercía tan blandamente como le permitían su situación y sus circunstancias... Duro, riguroso y altanero con sus oficiales y subalternos, era afable y benévolo con los soldados y con el pueblo. Pero su llaneza no era familiaridad. Había aprendido el arte de hacerse respetar, de imponer por medio de las exterioridades... Sabía distinguir el mérito, el valor y la aptitud especial de los que le rodeaban, y mostraba una actividad no menos prodigiosa en los despachos de los negocios de aquella especie de gobierno allí formado, que la que le había distinguido en las rápidas evoluciones de sus veloces correrías”.[12]
El nombre de Cabrera había quedado indisolublemente unido al de Morella y su castillo.




(II) EL SITIO Y LA VICTORIOSA DEFENSA CARLISTA DE MORELLA Y SU CASTILLO

La toma del castillo de Morella al final de Enero de 1838 y el establecimiento en la capital de los Puertos del bastión del general carlista Ramón Cabrera dió un nuevo giro a la primera guerra carlista en los antiguos reinos de Aragón y Valencia. La creciente arrogancia de los carlistas bajo el mando del osado caudillo tortosino infundía crecientes temores en el gobierno de Madrid. Preocupaba que Cabrera amenazaba llegar hasta el corazón mismo de Castilla. También resultaba motivo de inquietud el que el Maestrazgo se pudiera convertir en otra Navarra, que diera un respiro a la causa legitimista aún en el caso de ser derrotada en el Norte. Era preciso derrotar al orgulloso Cabrera antes de que fuera demasiado lejos, y desalojarle de país en que se había hecho fuerte.
El gobierno adoptó a principios de Mayo la decisión de reforzar las tropas del general Oráa, general en jefe del ejército liberal del Centro, con diez batallones más[13], y dispuso lo necesario para recobrar Morella, centrando en este objetivo toda su atención. Para ello se dividió el ejército del Centro en tres columnas, que avanzarían convergiendo sobre la capital carlista. Azpiroz mandaba la columna que debía avanzar por la parte de Alcañiz. El general Borso llegaría desde la parte de La Plana, al sudeste. Oráa, teniendo a sus órdenes directas a las divisiones de Pardiñas y Nogueras, avanzaría desde Teruel, confiando en la magnitud de las fuerzas que mandaba y el formidable tren de artillería del que disponía. Nadie podría resistir un sitio formalmente impuesto por tal ejército, y menos aún un lego en conocimientos militares como el caudillo tortosino.
La atención de toda España seguía impaciente aquella operación, anunciada como la definitiva derrota del desafiante jefe carlista. Tanto la causa isabelina como la de Don Carlos estaban pendientes del desenlace de aquellas operaciones, por depender en parte de ellas la suerte de uno de los símbolos de la resistencia carlista en las tres regiones en las que la guerra había instalado sus dominios. Si Oráa tomaba Morella, la causa carlista podría empezar a desmoronarse como un dominó.
Cabrera conoció los planes enemigos a través de su tupida red de espías y confidentes, que tenía dispuestos por todo el país, y que le daban una información puntual de los movimientos del adversario. Antes de dejar Morella, pasó revista a la guarnición y lanzó una proclama a los soldados que formaban ahora las guarniciones de las plazas fuertes establecidas, advirtiéndoles de los planes del ejército liberal de atacar el centro del Maestrazgo para arrebatárselas y animándoles a resistir confiando en que obtendrían tras los muros las mismas victorias que habían obtenido en campo abierto.[14]
Cabrera se mostraba convencido de la victoria, con ese instinto vaticinador que tantas veces se mostró acertado y que obraba milagros sobre la moral de sus hombres.[15] Decidido a esperar a su enemigo, no se descuidó sino que adoptó una actitud proactiva recorriendo el país, recogiendo cuanto trigo podía, estableciendo almacenes en distintos puntos, talando centenares de pinos de la zona de Mosqueruela para emplearlos en barricadas y estacadas, interceptando los caminos y las comunicaciones, fundiendo las campanas de las iglesias y las rejas de los balcones para proveerse del plomo, el bronce y el hierro de los que carecía, con los que fabricaba cañones, granadas y balas de fusil, parte de las cuales eran de bronce por no disponer de plomo[16]. Llegaba incluso a pagar a dos reales las balas de cañon que recogían los comisionados que para ello tenía en los pueblos, y llegaba al extremo de amenazar con atacar a cualquiera de los puntos fortificados de los liberales para que arrojaran balas y bombas que luego recogían del campo. Así pudo escribir en su Diario: “Los mismos cristinos sin querer y sin poderlo evitar me abastecían de proyectiles y proporcionaban recursos para hacer la guerra”.[17]
Procuró almacenar en Morella y en Cantavieja las vituallas y municiones que pudo reunir: harinas, carnes, vino y combustibles de los que carecía días antes; inspeccionó los hospitales, encargando que estuvieran bien dispuestos, aunque carecían de camas, medicinas y vendajes; preparó cohetes para la comunicación de los sitiados con sus fuerzas auxiliares; interceptó los caminos y las comunicaciones, levantó parapetos y adoptó cuantas otras medidas correspondían a su astucia y a su enérgica voluntad. A su vez, publicó un manifiesto en el que advertía a sus enemigos de las medidas que estaba dispuesto a adoptar en justa reciprocidad por sus hechos. También dirigió una proclama a sus voluntarios, invitándoles a enfrentarse al ejército de Oráa seguros de la gloria que en ello les esperaba y recordándoles las maldades sufridas en sus familias, en sus compañeros presos y en ellos mismos de parte de los liberales. “El Dios de los ejércitos nos protegerá; pero si en sus inescrutables designios quiere que seamos vencidos, moriremos todos, y vuestro general al lado de sus camaradas, por la religión, el rey, la patria y las leyes que durante tantos siglos han hecho la felicidad de esta monarquía, tan vilipendiada y tan reducida a tan lastimoso estado por la mano sacrílega de la revolución”. [18]
Dividió sus tropas para dejar dentro de la plaza una guarnición bastante numerosa, aguerrida y resuelta a defenderse hasta la muerte, reservándose una división de tres mil hombres para, dispuestos en los lugares adecuados, hostigar a los sitiadores desde fuera, interceptar sus convoyes y hostilizar su retaguardia.
A lo largo de todo el mes de Junio, los lugartenientes de Cabrera mantuvieron encuentros y escaramuzas con las columnas cristinas en distintos puntos del territorio. Así La Cova, Rufo y Chambonet en Onda, Forcadell en Chiva y en Azuebar, Arnau en la Yesa y después en Benaguacil, Llangostera en los campos de Muniesa, el coronel Beltran tratando de impedir la entrada del convoy en Lucena etc.
Cabrera recorría incesante los pueblos animando a los pobladores, tildando los planes del gobierno de locura, y asegurando que los enemigos de las antiguas leyes de sus padres, de su Religión y de su Rey, no encontrarían, si osaban penetrar en el Maestrazgo, más que la derrota y la muerte.
El 24 de julio de 1838, día del cumpleaños de la reina regente, un poderoso ejército compuesto de 23 batallones, 12 escuadrones, 25 piezas de artillería y algunas compañías de ingenieros, al mando del general Oráa -y con el general Joaquín Ayerbe como jefe de Estado Mayor-, se ponía en marcha para establecer el cerco a Morella. Su renombre y aún el pronóstico sobre el curso de la guerra estaba comprometido en la empresa, que se acompañó de proclamas y bandos del propio Oráa y de las autoridades políticas a los soldados, a los pueblos y a los mismos voluntarios carlistas, proclamando llegada la hora de acabar con los enemigos de la reina, para lo que se disponía de “un general invicto y magnánimo, seguido de otros caudillos esforzados e ilustres, a la cabeza de un ejército valiente, numeroso y leal a toda prueba, y provisto de un gran parque de artillería y de cuanto se necesita para vencer”[19].
La previsión del general Oráa, compartida por el gobierno, es que la reconquista de Morella sólo tardaría el tiempo necesario para abrir brecha en el recinto de la plaza, operación que debía concluir en pocos días[20]. Con estas bases, se determinó emprender las operaciones con los escasos recursos de artillería, proyectiles, municiones y víveres almacenados a esa fecha, sin esperar a una provisión más abundante. El gobierno y la opinión pública mostraban impaciencia por asestar el golpe al centro neurálgico de Cabrera, que por otra parte no haría sino reforzarse si se le daba más tiempo.
La atención de España entera, y aún de Europa se volvió sobre la altiva capital del carlismo levantino. Cabrera, como hemos dicho, no esperó pasivamente los acontecimientos, sino que llevó a cabo los preparativos necesarios para resistir. La defensa de la plaza fue confiada al conde de Negri, que desesperado por el fracaso que había tenido la expedición comandada por él poco antes, juró sepultarse en las ruinas de Morella antes que sucumbir con vida a esta nueva prueba para su valor y capacidad militar.
Convencido de la imposibilidad de tratar de retrasar el avance del ejército enemigo, Cabrera se mantuvo en actitud de observación, vigilando su progresión. Seguía centímetro a centímetro los movimientos de sus enemigos y coordinaba con sus lugartenientes los movimientos necesarios para controlar cualquier oportunidad de sorprenderles, sin bien los enfrentamientos no pasaban de débiles tentativas de guerrillas. Se dice incluso que casi todas las noches penetraba él sólo dentro de los muros de la plaza sitiada para animar el entuasiasmo de la guarnición e inspeccionar las obras de defensa, regresando antes de que ameneciera a su campamento.
En la mañana del 28 de julio de 1838 dispuso que el 4º y el 7º batallón de Aragón y el batallón de Valladolid, al mando del comandante D. Juan Pertegaz, se situasen en el bosque del Mas del Coll que forma una garganta constituyendo la comunicación entre La Mata y Cintorres. El propio Cabrera, una vez distribuidas sus tropas, permaneció con el resto disponible en las inmediaciones de Mas del Coll desde el momento en que se abrió fuego. El día 29 pernoctó en Masía del Coll la división de Valencia[21].
El 29 de Julio quedaba establecido el cerco, en el que participaban más de 20.000 soldados, 2.000 caballos y 18 piezas de artillería. Cabrera mandó enarbolar en su castillo la bandera negra, en cuyo centro se veía una calavera de paño blanco. Los sitiadores y los sitiados comprendieron el significado de esta señal terrible.
Durante los primeros días de Agosto continuaron los dispositivos del sitio, y el hostigamiento al que las fuerzas carlistas del exterior sometían a las divisiones cristinas que participaban en los preparativos del mismo. Como expresivamente comenta el historiador liberal Nicomédes-Pastor Díaz, “No puede decirse, a la verdad, cuál de los dos Generales era el que se hallaba sitiado”[22]. La posición de Oráa, entre una plaza defendida y fortificada y un ejército enemigo a retaguardia, en un país sin prácticamente recursos con los que abastecer las necesidades de su numeroso contingente y con las líneas de aprovisionamiento interceptadas, no era muy halagüeño.
Cabrera, en febril actividad, entraba y salía de la plaza preparando todo lo necesario para la resistencia. El Diario de Operaciones del Ejército Real de Aragón, Valencia y Murcia recoge con minuciosidad todos estos esgarceos y movimientos del astuto caudillo carlista para dificultar la empresa de su enemigo y abordar en mejores condiciones la defensa de sus vitales plazas fuertes[23].
El 10 de agosto de 1838 las tropas de Oraá estaban acampadas a espaldas de la ermita de San Pedro Mártir y colocaron 2 baterías, una en la Moleta de la Pedrera y otra en la mitad de la cuesta de San Pedro Mártir[24]. En total, frente a la plaza estaban 20 batallones y 1.500 caballos, tres compañías de zapadores y un parque de artillería, compuesto de cinco piezas de batir, dos de a 18 y tres de a 16; tres morteros, uno de a 12 y dos de 10, y una batería de campaña de cinco cañones de a 8 y tres obuses de a 7.[25]
Las fuerzas carlistas del exterior, por su parte, estaban compuestas por 10.000 infantes y 1.000 caballos, dispuestos de la siguiente manera: las fuerzas castellanas de Merino ocuparon la muela de la Garumba y el llano situado a su pie; La Cova y Vizcarro tomaron posición entre Merino y las fuerzas liberales de Borso, en los puntos del Cap de Vinet y Cruz de Beneito; Llagostera se dispuso sobre el camino de Alcañiz, y Cabrera en la sierra del Betrol, de manera que encerrando al ejército sitiador en un semicírculo de media hora de radio, Merino apoyaba Cantavieja y mantenía la comunicación con la plaza, Llagostera cortaba las comunicaciones liberales, y Cabrera y Forcadell cubrían todo el Maestrazgo y parte de la propia Morella. Casi toda la caballería carlista y algunos centenares de infantes estaban dedicados a recoger del país toda clase de recursos. El plan de Cabrera trataba hábilmente, pues, de cortar las comunicaciones al ejercito sitiador y atacarle en sus líneas de comunicación, indispensable para la llegada de los convoyes de refuerzo.
La Junta superior del gobierno carlista, que al aproximarse el ejército de Oráa se había trasladado a los Puertos de Beceite, se estableció en Forcall, a tres horas de Morella y a espaldas de las fuerzas del cura Merino.
En cuanto a la defensa de la plaza, los carlistas habían dispuesto baterías en el castillo, en la torre de San Miguel, en la de Nos, y en la plaza de los Estudios, todas ellas mandadas por el comandante de artillería D. Luis Soler. Se fortificaron las avenidas a la Arciprestal y su plaza con parapetos, en cuyos trabajos se emplearon los 300 hombres desarmados del 7º batallón de Aragón y unos 60 de Valencia. Allí se situaron en reserva las compañías que hasta este día 13 de agosto habían estado extramuros y las municiones y otros pertrechos, por hallarse construida a prueba de bombas dicha iglesia, cuyo punto quedó a las órdenes del coronel graduado D. Alberto Bart[26]. La guarnición de la plaza era de cuatro pequeños batallones: uno mandado por Chambonet, compuesto de gente del Maestrazgo; otro por Ombría, con gente de las cercanías de Morella, y otros dos de pasados del ejército cristino. Además había unos 100 Voluntarios Realistas de la plaza y 150 artilleros mandados, como hemos dicho, por el coronel Soler, la mayor parte de los cuales eran también desertores del ejército cristino pasados al bando carlista.
Al no permitir la topografía del terreno y la disposición de ambos combatientes un bloqueo en toda regla, los defensores de la plaza tuvieron siempre comunicación con los de fuera, y en particular con las fuerzas de Merino que, como se ha dicho, estaban en la muela de la Garumba, cercana a la localidad. Gracias a esta comunicación continua, Cabrera podía dar órdenes a los sitiados como si estuviera dentro.
El mismo día 10, Oráa intimó la rendición de la plaza, pero el oficial encargado de hacerlo fue recibido a tiros, quedando con ello claro la voluntad de los carlistas de resistir, como elocuentemente daba a entender la bandera negra con una calavera blanca que ondeaba en el castillo desde la aproximación del ejército sitiador.
Al amanecer del 14 de agosto rompe el fuego por primera vez la artillería de Oraá, logrando apagar el de algunas fuerzas enemigas y batiendo en brecha el muro comprendido entre la puerta de San Miguel y la Torre Redonda.
Inmediatamente que se vió la brecha abierta por los disparos artilleros se empezó a construir a sus espaldas un grueso espaldón con sacos de tierra para salvar el segundo recinto de enfrente a ella. Desde la Torre Redonda hasta la brecha, se abrió un foso y se levantó un parapeto de sacos, defendida por una hilera de caballos de frisa y al otro lado se construyó una pared sencilla, a la espalda de la cual se hallaba un parapeto aspillerado de mampostería con un foso; de un modo que aún cuando el enemigo hubiese llegado a penetrar por la brecha se hubiera encontrado reducido a un espacio sumamente limitado, y contra el que podía hacerse fuego con un batallón entero. En la construcción del espaldón y el parapeto los carlistas perdieron 10 hombres y otros más murieron al caer sobre un depósito de municiones de botafuego que se le escapó a un artillero de la mano, provocando el estallido del material explosivo.
El día 15 al anochecer se disponen las tropas cristinas para el asalto de la brecha que ya los comandantes de artillería e ingenieros juzgan practicables. Avanzan las tropas en tres columnas de una de las cuales formaban parte las compañías de granaderos de las divisiones 1ª y 2ª de las del Provincial de Santiago, que habían formado la guarnición de Morella cuando fue tomada por los carlistas, y a su cabeza Bruno Portillo y Velasco, gobernador que fue de Morella cuando fue asaltada por los carlistas. Aproximadas las tropas a la plaza, y dada la señal de acometer, tuvieron que luchar con los inconvenientes de un terreno que obligaba a escalar para llegar hasta el pié de la brecha y no permitía formar en columna. Apercibidos los carlistas, prendieron fuego a los combustibles que tenían amontonados a espaldas de la brecha, que presentaba el aspecto de un volcán, mientras que desde las murallas y torres inmediatas arrojaban granadas de mano y piedras de gran tamaño, sosteniendo un continuo fuego de fusilería sobre los que se aventuraban a presentarse al frente de la brecha.
Varios fueron los esfuerzos que hicieron las tropas hasta llegar a la brecha y solo consiguieron muy pocos aproximarse, viéndose obligados a refugiarse al pié mismo de una de las torres laterales para evitar el efecto de la caída de las piedras y granadas de mano, donde tampoco pudieron sostenerse. Conociendo la imposibilidad de adelantar en el ataque y la tenacidad del enemigo en defender la brecha, Oráa dispuso que se retirasen las tropas al punto de su salida, para evitar continuase derramándose inútilmente una sangre que ningún resultado producía[27]
El día 16 la artillería cristina continúa el fuego contra la plaza y consigue desportillar un poco más la abertura de la brecha. Unos cuantos soldados cristinos se arrojaron a colocar un barril de pólvora en un desaguadero junto al portal de la Nos, muriendo algunos y huyendo aterrados los demás ante el fuego de la fusilería carlista, dando fuego al barril que no produjo más efecto que una inútil llamarada.
En la mañana del 17 Oraá creyó posible intentar un nuevo asalto a la brecha, combinado con una escalada por tres puntos distintos. Los batallones a intentar el asalto fueron designados por sorteo. Las tropas elegidas llegaron a aproximarse a la brecha hasta un punto en que siendo imposible marchar sino en desfilada, también lo era adelantar ninguno sin encontrar la muerte, pues los dirigían sobre esta parte un horroroso fuego de fusilería de la plaza y castillo y una lluvia de granadas de mano y de metralla que sembraba la destrucción por todas partes. Los mejores oficiales cristinos perecieron en el intento, entre ellos el coronel Portillo, que cumplió la promesa hecha tras perder la plaza a los carlistas de penetrar de nuevo en ella o perecer al pie de sus muros.
Oraá veía el desastre, pero esperaba el resultado de la escalada por los otros puntos designados. Sin embargo, preparados los carlistas por todas partes el asalto resultaba imposible por el abundante fuego de fusilería y las granadas y piedras que arrojaban. Algunos cristinos lograron plantar sus escalas contra el muro y aún llegar a la mitad de su altura, pero al caer sobre ellos los primeros que subían, y sufriendo el mismo fuego, proyectiles y piedras que las demás columnas, tuvieron que desistir en su empresa después de sufrir considerables bajas.
Oraá, furioso al ver su impotencia y la pérdida de tanta sangre –34 muertos y 222 heridos, según fuentes liberales-, ordenó a las tropas que se retiraran a sus campamentos.
El día 18 de agosto, tras oir en Consejo la opinión de sus generales y jefes, el general Oraá, sin víveres y sin esperanzas de éxito, da la orden de emprender la retirada hacia Alcañiz, levantando el sitio y afrontando la humillación de no haber podido tomar la plaza tan bravamente defendida por un incontablemente inferior número de defensores carlistas. Todavía en la retirada de algunos de los batallones, a los que se comunicó la orden con retraso, resultaron arrollados por las fuerzas carlistas que se habían adelantado a su movimiento. Grandes fueron las pérdidas liberales, y aún lo hubieran sido mayores si Ayerbe no hubiera remediado su error interponiendo dos compañías de Mallorca.
El castillo enarboló el estandarte del triunfo carlista, tras haber aguantado en 19 días de asedio más de 3.000 tiros de bala rasa arrojados de las baterías que tenía establecidos con 8 piezas, y de 775 bombas y granadas.
Los liberales dejaron en la intentona cerca de 2.000 hombres entre muertos y heridos alrededor de las murallas de Morella en los rechazos a sus asaltos.[28] Por su parte, las bajas carlistas fueron 230 muertos y 758 heridos.
Cabrera había resultado victorioso en lo que había sido, sin duda, su más glorioso hecho de armas y sería para siempre la página más brillante de su historia militar. La prensa europea se hizo eco de la hazaña de Cabrera, cuyo nombre se rodeó de una aureola de leyenda y morbosa curiosidad. A partir de entonces, el pueblo vió como triunfadora a la causa carlista, con lo que muchos se atrevieron a exponer públicamente sus opiniones, y otros parecieron resignarse a lo que parecía inevitable.
Henchido de gloria tras consumarse la retirada del enemigo, Cabrera entró en la ciudad, que le acogió en un delirio de entusiasmo colectivo. Al decir del anteriormente mencionado historiador liberal, “la población entera le recibió de rodillas, en tanto que las campanas resonaban en estruendoso repique, y que el clero, cabildo e indivíduos de la Junta salían en procesión, con el palio, a derramar flores y bendiciones sobre el afortunado General. Su triunfo había sido completo, decisivo; las consecuencias, inmensas”.[29]
Un Cabrera crecido dirigió al día siguiente una proclama a los habitantes de sus dominios exaltando la victoria de los estandartes de la legitimidad, que habían llenado de oprobio y vergüenza a los que habían celebrado prematuramente su triunfo.
El fracaso del sitio de Morella provocó una crisis ministerial en el campo liberal e hizo que el prestigio del general Oráa, veterano de más de cien combates, se viera zarandeado por la prensa y en el parlamento. El ministro de la Guerra, general Latre, se trasladó a Teruel para investigar directamente los hechos, y se abrió causa al general Oráa a solicitud propia. Iniciada la misma, el fiscal redujo a pocas líneas la defensa de su dictámen, mientras que Oráa justificó en un largo escrito la defensa de su actuación y la de su ejército[30]. El Consejo de Generales se conformó con el parecer fiscal y Oráa recibió la declaración honrosa que buscaba para salvar su honor. Pero aún así, la opinión pública había sido defraudada y reclamaba una cabeza de turco, por lo que el gobierno decidió su sustitución por el mariscal de campo D. Antonio Van Halen al frente del ejército del Centro[31].
Por contra, la frustración de los planes liberales sobre Morella produjo inmensa alegría en el campo de Don Carlos, donde todos tributaban entusiasmados elogios al bravo tortosino que había marcado un hito en el curso de la guerra.
El 2 de Septiembre de 1838 el mismo Don Carlos escribió desde el Cuartel Real de Oñate a Cabrera felicitándole por la victoria conseguida, ensalzando su valor e ininterrumpidos servicios: “Doy gracias a Dios porque me ha concedido un varón fuerte como tú, y a ti te ha revestido de un valor y una constancia y fidelidad tan grandes, y de una rectitud al fin principal de nuestra empresa... que Dios te siga concediendo victorias como ésta, y la Virgen Santísima de los Dolores nuestra Generalísima te acoja bajo su manto, te proteja, te dirija y te defienda y nos alcance el vernos pronto en Madrid, venciendo a todos nuestros enemigos”.[32]
El día 24, desde la “Real plaza de Morella”, Cabrera contesta a su rey con la expresión de su más fervorosa gratitud por la prueba de aprecio dispensada, y ofreciéndo a S.M. de nuevo el sacrificio de su reposo y vida, implorando igualmente la protección de la Virgen de los Dolores para “que se conceda a V.M la gracia de hacer feliz a una nación a cuyo imperio le ha destinado el Omnipotente”. [33]
También el Obispo de León, el ministro de Hacienda y el ministro de Gracia y Justicia del gobierno de Don Carlos escribieron al caudillo del Maestrazgo en términos igualmente elogiosos, ponderando la magnitud de su hazaña y el servicio prestado con ella a la Causa. Igualmente felicitaron a Cabrera los generales Maroto, Sanz y Gonzalez Moreno.
Junto a esta correspondencia del Cuartel Real, Cabrera recibió su nombramiento como teniente general y el otorgamiento del título de Castilla de conde de Morella, para el que se tramitaría grandeza de España, que era el que había previsto el gobierno liberal para el general Oráa, cuando le suponía vencedor. El decreto de su ascenso estaba firmado por el rey en Oñate el 31 de Agosto:
“Para recompensar la lealtad nunca desmentida, el activo celo y el mérito especialísimo que mi buen vasallo el mariscal de campo D. Ramón Cabrera, Comandante general de Aragón, Valencia y Murcia, acaba de contraer, venciendo y destruyendo con el auxilio del cielo al cuerpo de ejército con que la revolución usurpadora pretendía apoderarse de la plaza de Morella, frustrando con tanto valor como conocimiento y tino todos los esfuerzos para una empresa sobre la que los mismos revolucionarios así habían llamado la atención de Europa, me commplazco en nombrarle teniente general de mis Reales ejércitos, al mismo tiempo que por la Secretaría del Despacho respectivo le concedo la gracia de conde de Morella. Tendreislo entendido y lo comunicareis a quien corresponda”. [34]
Cabrera tenía 32 años y alcanzaba el grado de teniente general. Del seminario había ascendido a lo más alto del escalafón militar en apenas cinco años. El huérfano precoz del patrón de barco de Tortosa firmaba como Conde de Morella, y su nombre era objeto de general curiosidad, cuando no de abierta admiración, incluso más allá de nuestras fronteras[35]. Su nombre había pasado a la Historia.
(III) LA PERDIDA DEL CASTILLO DE MORELLA POR LOS CARLISTAS EN EL FINAL DE LA GUERRA DE LOS SIETE AÑOS

En el verano de 1839, tras seis años de guerra, el carlismo del Levante se quedó sólo. La traición del general Maroto y el Convenio de Vergara que firmó con el generalísimo liberal Espartero habían acabado con la guerra en el Norte y la totalidad de los efectivos del ejército cristino se disponían a arrollar al ejército de Cabrera, que no había aceptado el Convenio y se disponía a resistir.
Pero la superioridad del enemigo fue imponiendo implacablemente su ley, a lo que se sumó la desgracia de una enfermedad del caudillo carlista Cabrera –el alma de aquella guerra- que le mantuvo entre la vida y la muerte y que le sustrajo las fuerzas que entonces, más que nunca, hubiera necesitado para la titánica empresa que se proponía.
El 9 de enero de 1840 un Cabrera gravemente enfermo entraba en Morella, trasladado en una camilla conducida por cuatro de sus miñones. Procedía de Herbés, donde había guardado cama por espacio de algo más de dos semanas. Antes de llegar a la ciudad había hecho un alto y descansado media hora en la Masía de Miró, situada a unos 4 Km de Morella.
Conducido el caudillo carlista a su alojamiento, se metió en la cama. Antes del amanecer se agolpaban las gentes a la puerta todos los días para conocer su estado, haciéndose frecuentes rogativas públicas para pedir su curación.
El 26 de Enero, aniversario de la conquista de Morella por el teniente Alió –a la sazón ya teniente coronel- se hizo una rogativa a la Virgen de Vallivana en la Arciprestal por la salud del general Cabrera y de todos los enfermos, pues Morella padecía en aquellos días una epidemia de tifus que se cebó en los vecinos y los voluntarios.
Por fin el general Cabrera fue restableciéndose. El 30 de enero salió a misa, acompañado de su Estado Mayor, de su lugarteniente Forcadell, y de una banda de música militar. En la puerta de la Iglesia Arciprestal le aguardaban reunidos el Cabildo catedral y arciprestal. El general oyó misa y al regreso para su alojamiento fue acompañado por los canónigos con ropa de coro. Festejos públicos celebraron su mejoría.
En la primavera de 1840 los carlistas se batían en retirada, viendo como sus plazas fuertes iban cayendo una detrás de otra, como las piezas de un dominó, ante el empuje de un ejército enemigo incomparablemente superior, y mientras el caudillo que concentraba todas sus esperanzas yacía postrado por la enfermedad que abatía su ánimo.
A las seis de la tarde del 4 de mayo Cabrera entraba en Morella, aún a duras penas restablecido. Las campanas y salvas de artillería anunciaron su entrada; los batallones formados en dos filas presentaron sus armas al son de las músicas y bandas militares; la población entera salió a recibirle alborozada y darle el parabien de su restablecimiento. El día 6 pasó revista a los batallones e inspeccionó después los almacenes y fuertes de San Pedro Mártir y Querola. Poco después abandonaba de nuevo la plaza.
El 18 de mayo empezó el formidable ejército mandado por el general Espartero su ofensiva contra Morella, en medio de una gran nevada. El 23 se disparó el primer cañonazo contra el fuerte de San Pedro Mártir, al que siguieron más de quinientos disparos de artillería contra el mencionado fuerte, defendido con gran valor por los carlistas de su guarnición. El 25 la guarnición -264 voluntarios, 13 oficiales y un capellán- , tras dos días de bombardeos, se vió obligada a capitular. Los del fortín de la Querola, tras una escaramuza y vista la situación en San Pedro, decidieron retirarse a la plaza.
Los días 26, 27,28 y hasta las 6 de la madrugada del 29, Morella sufrió un terrible bombardeo de cerca de 19.000 proyectiles lanzados contra la plaza. Una de las bombas cayó en un almacén de municiones, causando un gran estallido que costó la muerte a más de 50 personas que estaban cerca del almacén, así como el derrumbamiento de bastantes casas próximas.
A la vista de la situación, aquella misma noche de la explosión del polvorín, el gobernador de la plaza Peret del Riu celebró una reunión en la casa de Piquer con sus oficiales y las autoridades, acordando abandonar sigilosamente la ciudad aquella misma noche. Primero saldría un batallón de soldados mandados por el propio gobernador, después el elemento civíl, y finalmente el resto de la tropa protegiéndoles. Los sitiadores detectaron la huida, y principiaron las descargas a quemarropa, acribillando a cuantas personas caían a su alcance. Al tratar de retroceder para volver a la plaza, en medio de la oscuridad y una gran confusión, dirigiéndose unos hacia la puerta del Rey y otros hacia la de los Estudios, la escasa guarnición que había quedado entre los muros les confundieron con el enemigo, y abrieron fuego contra ellos, sin abrirles las puertas. Viéndose aquella multitud acometida por todos lados, los que pudieron llegar a la Puerta de Los Estudios se apiñaron sobre el puente levadizo que entonces existía entre ambas puertas, y por hallarse cerrada la segunda, se amontonaron sobre el puente, provocando que se rompieran las cadenas y cayeran todos al foso, en medio de grandes gritos de pánico, muriendo centenares de personas. Tal fue la cantidad de cadáveres que se acumularon en el foso, la confusión y el pánico generados, que los que venían detrás se veían obligados a pisar los cadáveres de sus compañeros. En este estado de cosas, algunos jefes tuvieron la valentía de arriesgar su vida acercándose a la muralla para gritar a los de dentro que eran sus compañeros, logrando finalmente que se les abrieran las puertas. Desgraciadamente, los carlistas del castillo desconocían todas estas circunstancias, y seguían disparando contra lo que parecían asaltantes.
El día 30, tras un infierno de cuatro días, los sitiados propusieron a Espartero una honrosa capitulación, que el Príncipe de Vergara no les aceptó. Al final, conociendo los carlistas su situación sin esperanza alguna, se rindieron como prisioneros de guerra. Los liberales tomaron la ciudad, en la que hicieron 2.731 prisioneros. A los cuatro días se extrajeron 141 cadáveres del foso del portal de los Estudios[1].
El gobernador carlista y muchas de las compañías que iban en vanguardia cuando abandonaron la plaza, se salvaron atravesando el campamento del ejército liberal, después de haber arrostrado con gran valor todo género de peligros.
El 30 de Mayo de 1840, los oficiales de Espartero saquearon vandálicamente la ciudad, expoliaron el tesoro artístico de la Arciprestal de Santa María, y destruyeron para siempre los valiosos archivos documentales del Ayuntamiento –arrancando la casi totalidad de las viñetas y miniaturas de sus Códices -, convento de San Francisco y buena parte del de la iglesia Mayor. La destrucción del tesoro artístico de Morella en estas fechas sólo tuvo parangón con la que un siglo después tendría lugar en los aciagos días de 1936.
El general D. Baldomero Espartero unió el Ducado de Morella a sus títulos de Príncipe de la Paz y Duque de la Victoria.
La pérdida del castillo de Morella fue el símbolo que certificó la derrota carlista y el final de la guerra en el Maestrazgo.
[1] R. Sánchez, en su Historia de Don Carlos, Tomo II cap XVI realiza una interesante y pormenorizada narración de la caída de Morella. También E. Flavio, en su Vida de Cabrera , Tomo II, pag 155 y siguientes, lleva a cabo un relato interesante que contrasta fuentes carlistas y liberales y recoge datos de una Memoria debida a D. Pedro Pablo Pallarés, capellán del 1º de Tortosa, que fue testigo presencial.
Notas:
[1] F. Ortí Miralles, pag 109.
[2] Apunte de su Diario, citado en B. de Córdoba, Tomo III pg. 114.
[3] M. Ovilo y Otero, dedica el Cap. V del Tomo III de su Historia Política y Militar de D. Carlos María Isidro de Borbón a la toma de Morella por los carlistas, con una narración pormenorizada de los hechos, incluyendo el nombre de los voluntarios participantes en el comando que tomó la plaza. Por su parte Von Goeben, Cuatro años en España, pag. 257 y ss, recoge la narración de la gesta según se la relató el propio entonces teniente coronel Don Pablo Alío cuando le conoció en Morella en Enero de 1840.
[4] Rafael Gonzalez de la Cruz, en su Historia de la emigración carlista, Tomo I, pag 360 y 361, recoge el parte del gobernador Portillo al general Oráa dándole cuenta de las circunstancias de la pérdida de la plaza, que atribuye a la deserción de algunos miembros de la guarnición y al soborno de otros.
[5] “Los habitantes de la ciudad, que habían esperado con preocupación el día, vieron, alegremente sorprendidos, que no se cometió el menor desorden; ningún voluntario penetró en casa alguna a pesar de que todos estaban completamente en harapos y sin camisa; hasta que Alió dispuso que ueran a las casas de los afectos al gobierno revolucionario que se distinguían por estar marcadas en azul –Portillo había echo pintar de azul las puertas de los partidarios de María Cristina y de rojo la de los carlistas- y que cada uno les diese una camisa y un par de pantalones. Y los ingenuos castellanos, aquellos que acababan de atacar y tomar por aslto la inexpugnable y temida fortaleza, se acercaban humildemente a los vecinos que temblaban, pidiéndoles, avergonzados, que les diesen una camisa, porque estaban completamente desnudos; y corrían presurosos a su oficial para enseñarle con infantil confianza el tesoro conseguido”. Von Goeben, Cuatro años en España, pags 261 y 262.
[6] Pormenorizada narración de la toma de Morella por los carlistas, incluidos detalles adicionales, en Marqués de San Román, Tomo II, capitulo II.
[7] Curiosamente la noticia se la dió un grupo de la guarnición huida, que cuando llegaba a Vinaroz fue capturado por las fuerzas de Cabrera que sitiaban Benicarló.
[8] B. de Córdoba, Tomo III pg 149
[9] Recogido en Gonzalez de la Cruz, Historia de la emigración carlista, Tomo I, pag 362.
[10] B. de Córdoba, Tomo III pgs. 116 a 134 y 150-151.
[11] Comunicación recogida en Marqués de San Román, Tomo II, pag. 34.
[12] Nicomedes-Pastor Díaz, Biografía de Don Ramón Cabrera, pag 315.
[13] Los diez batallones que se incorporaron al ejército del Centro fueron tres de la brigada de Azpiroz, tres del brigadier Mir y otros cuatro al mando del general Pardiñas.
[14] B. de Córdoba, Tomo III, pag 242.
[15] “Jamas abandonaba al general carlista el presentimiento del resultado que habían de tener sus operaciones. Semejante cualidad, tan rara como ventajosa n la guerra, producía efectos que rayaban en maravillosos, atrayéndole el afecto del ejército este espíritu vaticinador” (von Rahden)
[16] Con el mismo fin de tratar de abastecerse de armas, Cabrera trató de comprar fusiles en Inglaterra a través de su comisionado Buenaventura Oriol. Las gestiones, realizadas en Francia, resultaron infructuosas. Ver J. Mundet, pag 287.
[17] B. de Córdoba, Tomo III pag 244.
[18] Proclama del general Cabrera del 24 de Julio, en B. de Córdoba, Tomo III, pag 266.
[19] Proclama de la diputación general de Castellón, en B. de Córdoba, Tomo III, pag 259.
[20] Según el autorizado testimonio de un historiador militar liberal participante en las operaciones, el optimismo era generalizado entre el mando cristino: “tal vez algunos no creyeron que se tomara Morella después del primer asalto a la brecha; pero yo pienso que ninguno”. Marqués de San Román, Tomo II, pag 139.
[21] Ramón Cabrera Richards, cap. VI.
[22] Nicomedes-Pastor Díaz, Biografía de Don Ramón Cabrera, pag 320.
[23] Ahorramos detalles al lector de lo prolijo de estas operaciones, que se recogen en B. de Córdoba, Tomo III pag 292 a 352.
[24] B. de Córdoba, Tomo III pags 269,324, 325 y 348.
[25] Marqués de San Román, Tomo II, pags 159 y 160.
[26] B. de Córdoba Tomo III pag 334.
[27] Del Diario del Ejército del Centro de mando del Teniente General D. Marcelino Oraá, citado por Buenaventura de Córdoba.
[28] B. de Córdoba, Tomo III pags 269 a 289; y Cabello, Santa Cruz y Temprado, pag 60 y ss.
[29] Nicomedes-Pastor Díaz, Biografía de Don Ramón Cabrera, pag 321.
[30] Texto completo del escrito de defensa del general Oráa en Cabello, Santa Cruz y Temprado, Tomo II, pags 235 a 265.
[31] El general Van Halen llegaría a Valencia el 4 de Octubre, tomando posesión del ejército del Centro tras reunirse con Oráa.
[32] Archivo de la Oliver Charitable Settlement, Holloway Library, Londres.
[33] B. de Córdoba, Tomo III pag 365.
[34] B. de Córdoba, Tomo III, pag 372 y 373.
[35] El famoso novelista inglés William M. Thackeray incluyó al general Cabrera en Morella en uno de los episodios de su narración “The tremendous adventures of Major Gahagan”, que apareció por entregas entre 1838 y 1839 en el “New Monthly Magazine” y más tarde se publicaría en Londres como libro en 1856.

No hay comentarios:

Publicar un comentario